martes, 17 de noviembre de 2009

FUSIÓN

FUSIÓN
Dicen de los españoles que si tienen gobierno todos están contra él. A veces yo pienso que tal idea es un soberbio  proverbio; otras yo pienso que es anáfora falaz, construida para armar la contraria en los fondos de un botiquín, en un bar cualquier de una humilde corredoira - traviesa de rua noble, sin duda, e hija de la moderna urbanización, pero también camino oblicuo por el que se alcanza la rectitud que nos lleva al paraíso del ocio.


Nunca nos engañamos cuando nos engañan. Si cadra, y como máximo, a veces nos equivocamos ante el desequilibrio provocado por un ligero resbalón, a la voluntad de una monda de plátano arrojada sobre la calzada de nuestra amargura. Y ahí ni siquiera culpamos la monda, pues, acá para nosotros, la monda es obra de un macaco poderoso, rey de la jungla, amo de la copa, peludo y rabudo como el mejor simio que arbole el cetro paliado a la sombra de palmeras imperiales.


Por principio y dogma de mi personal fe, yo me opongo a esa necia idea de ser contra todo y contra todos. No atribuyan ese mérito a mi condición de español, pues tal condición fue avalada por la gracia de Dios y no será o Demo quien la abale, aun bajo tortura de exponerme al fuego del exilio eterno. Es de mi cuño el ser a favor. Y soy a favor de todo. Todísimo, en su grado superlativo que todo lo incluye, incluso el contradicto que dice y desdice lo dicho en beneficio del controverso polisílabo godo y su opuesto y monosilábico engodo del sí y del no.


En este preciso momento somos, los gallegos residentes en la epístola comunitaria, 90 % de tres millones de paisanos, incluidos entre ellos también todos los milicianos. Observando el esbozo piramidal, es posible descubrir una figura ligeramente hinchada en el pináculo del cono y superficialmente magra justamente en la base, que, siendo sostenida por el resto, va ser el sustento futuro de la cumbre envejecida.
En el relativo mundo de la velocidad elevada a la segunda potencia descubrimos la verdad desestabilizada por la igualdad de Einstein. Para una determinada masa, a mayor velocidad corresponde más energía. No menos verdad es su contrario, cuando afirma que, parando de correr, el cuerpo inverna, economiza energía y pasa a vivir en paz.


Veamos la caída de los precios como una reducción de velocidad que un competente ciclista ofrece a su bicicleta para evitar que ésta se revele y atrofie los músculos durante una pendiente penosa. Nos olvidamos de los tiempos en que las agruras las comíamos por el esfuerzo de una única marcha. Hoy la bicicleta es otra y muy diferente, como diferente fue la tormenta caída este domingo. Hoy el biciclo está leve como una pluma, su moderna cremallera permite adaptarnos al oleo del camino sin que produzca grave disturbio al musculo obrero. El grave problema a desenronar en esta diatriba, desarmada de injuria, es que el sillín donde se asienta el culo pertenece a ahorros de la economía exterior, que en la presente corrida por la amortización y recuperación fiduciaria no invierte lo necesario a la comodidad del corredor. Y ya sabemos que el rascar el reto camino da deseo al prurigo hemorroide, oportunista contumaz surgido a la luz de la incandescente fusión que se avecina.



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