lunes, 20 de junio de 2011

DIGNIDAD


La dignidad de la persona humana constituye uno de los fundamentos de la libertad, de la justicia y de la paz en el mundo. Dignidad, como cualidad de lo que es digno, es algo inherente, permanente e indisociable de la razón de existir. Cuando la dignidad es olvidada, olvidamos el rumbo que la vida nos puso al nacer. Cuando la dignidad es perdida, perdemos motivación por la vida, y sin motivación no hay sentido  capaz de mantenernos vivos.

Hoy más que nunca necesitamos principios y valores que nos sostengan en pie. Que sostengan en pie la sociedad que quisimos, con tanto esfuerzo, dedicación y estudio, construir para nuestros hijos y nietos y para  todos aquellos, humanos de cualquier estirpe, que llegan juntos o vengan atrás de ellos.

Hay derechos naturales que no pueden ser ultrajados por actos bárbaros de la voluntad de quien quiera que quiera ignorarlos. Son derechos consentidos por la naturaleza, y solo a ella y únicamente en el campo estricto de su autoridad terrenal debemos la existencia. Cualquier otro ser, natural o artificial que quiera dominar eses derechos, con la intención de suprimirlos en propio beneficio o beneficio de sus prepuestos,  caminará a contramano de su propia integridad para colidir explosivamente con el natural curso de la vida.

No están muy lejos los días en que todo el mundo pudo observar a través de los poros de su propia piel o de la piel de un ente querido como algunos autócratas se burlaban de la mas alta aspiración de personas unidas por lazos de profunda solidaridad en torno de ideas de libertad, justicia y paz como instrumentos para erradicar el miedo y la miseria que el miedo produce.

Infelizmente el tiempo trabaja como un poderoso difumino capaz de producir sombras y modificar la apariencia de muchas formas. Los niños de la era de la esperanza del bienestar no sintieron las agruras de los niños que hoy van perdiendo su jovialidad. Eso no significa que ni unos ni otros hayan perdido sensibilidad cuando el hambre, el frio y la miseria aprieta las venas y recias marciales calientan los cuerpos a golpe de palo. Es la sensibilidad del derecho natural quien siempre grita más fuerte y es de todos sabido que el dolor siempre protesta más alto y cala más hondo que el más glorioso de los placeres.

Unos pocos apoderados del poder, cegados por cortinas del bárbaro papel que imita el oro, dirán que el dolor se aplaca en la muerte y el muerto ahoga su grito en negro calabozo. Dirán lo que quieran decir y lo escribirán con fuerza de ley que creerán capaz de revocar la ley natural. Ignoran, porque en su voluntad siempre reina la ignorancia, que la Humanidad, en sabia decisión, resolvió proclamar, como ideal común de todos los pueblos y naciones, la Declaración Universal de los Derechos humanos.

No grito  ¡Indignaos! como lo hace mi viejo amigo Federico Hessel desde la torre de sus 93 años. No berro ¡Indignez-vous!  porque indignos son los que se ocultan  en las paredes palaciegas cubiertas de fruslerías arrancadas del brazo fuerte de los que hoy resbalan por el camino del desempleo hacia el foso de la miseria. Hagamos resistencia echando freno al desvarío de la lujuria para permitir que se abra la cortina que esconde la indignidad que nos acecha.


El motivo base de nuestra resistencia está en la calidad de ser y estar digno. La generación que toma el relevo de las manos de una generación sufrida no puede ceder ni permitir la opresión de una dictadura real o de los mercados  financieros que amenazan la paz y la democracia. Vivís un momento histórico que os ofrece ocasión de alcanzar la mayoridad, dignos y orgullosos de haber hecho lo que se debía hacer cuando se podía haberlo hecho. Y si te encuentras con un desfavorecido, siente pena de él pero ayúdale a ganar sus derechos. La indiferencia es la peor de las actitudes.

Es verdad que el mundo vive de sólidas organizaciones y su complejidad no permite identificar claramente el origen y asentamiento de los  que son indignos y se proclaman a si mismos próceres de la dignidad sacramentada por leyes artificiales. El progreso no es hecho de dinero aunque digan que “time is money. El tiempo jamás será dinero. El tiempo es vida que es necesario vivirla sin temor de ocupar nuestras manos en las labores que permitan satisfacer nuestras necesidades básicas.  Si nos toman las manos, nos haremos mancos para vivir en constante hostilidad con la ley natural. Y es ese momento, en el que dejaremos de ser dignos, de vivir libres, el momento para hacernos dependientes de la voluntad de quien destrona la mano y nos hace, a su semejanza, indignos.

La declaración de los derechos universales del hombre posee argumentos suficientes en sus 30 artículos para que se metan dentro de  una constitución universal, liberada de las constituciones nacionales que fueron arboladas en defensa de la particular soberanía, ruidosamente enfatizada mientras se provoca violaciones en la humanidad en el seno del propio pueblo.

Es obvio que para ser efectivos hoy es necesario actuar en red, usar todos los medios de comunicación modernos. Y por tales medios, también a servicio de los indignos, clasificaran estos movimientos reales, que ya se alastran por todo el universo terrestre, de terroristas y esto inducirá a la exasperación. Pero la exasperación, como bien lo dice mi viejo amigo Federico Hessel, es negación de la esperanza y no habiendo esperanza lo que sucede es un estado mórbido de la conciencia, que conduce a la frustración y sus naturales derivados que son la violencia activa o la apatía absolutamente pasiva.

No-violencia es el camino propuesto por mi viejo y esclarecido amigo Hessel, persuadido, como yo, de que el futuro no tiene solidez cuando construido con violencia. Es hora para dejar de satanizar las balas que salen de viejos fusiles al mismo tiempo que se hace apología de bombas mucho más destruidoras, todas arrojadas en nombre de la cirugía bélica y para la paz de los que sobrevivan. Ambas son mortales porque afrontan los principios fundamentes de la declaración de derechos humanos. Es momento para que preocupaciones en torno de la ética, justicia y equilibrio duradero del medio ambiente prevalezcan sobre los números que preocupan los empapelados de euros. Es tiempo histórico de negociación para que nadie se deshaga en la corrosión que la humedad propaga. Es tiempo para acabar con la dignidad de los indignos sin ultrajar la dignidad de los virtuosos.

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