Hace un año un grupo de arrojados e empedernidos conquistadores reconquistaban Percebes. Por segunda vez, después de una festejada ausencia, Alma Zorro volvía con sus huestes al camino de Jacob, muy dispuestos a que cascos de su caballería pisotearan toxos e caramiñas nas campinas de Touriñan. Las damas del noroeste, tristes y llorosas, observaban hipnotizadas, aducidas y sufridas como el desconsuelo inundaba la defensa con promesas de talante galán.
Los zurrados mixotes poco podían hacer ante el embrujo de un poderoso caudillo. Necesario sería restaurar las rías y, después de sanearlas, imprescindible sería reorganizar las defensas y capitanear, con sabios cangrejos, tropas de cigalas, centollos y bueyes, armados con longerones y navajas; flotillas de lenguados; peces de pecho plano, sangre roja y carne blanca - por la banda marina; palomas, gaviotas y el debilitado arao - por la banda aérea. Todo bien contado y condimentado en salsa parrilla; todo para que no nos contaminen con zarza morisca y uva de perro y consigan los nobles alma azorrados llevar a sus harenes las bellas, rubias o morenas, empolvadas por aires de Santiago.
Cuando yo, gallego errante, volví al pueblo, no había en la quintana más poder que el poder fraguado a la sombra de las gaviota que quemaban en el basurero del son, al lado de mi palacio en Toba. Las noches, iluminadas con fuego de penas quemadas, husmeaban mi presencia sobre el valle sagrado. Era el alma zorrano queriendo entender la real intención del regreso de este humilde villano. Entendimiento compartido por los personajes del tripartido que no entendían como tan valiente mixote caminaba a su aire por los altos de San Adrian y se coleaba entre las viviendas de xallas en dirección a la capilla de San Antón.
Sentido, autoridad y modernidad era un modelo agotado en la fragua aldeana. No vi intención sería para alterar semejante instrumento de gobierno. Conservarlo en incienso y alcanfor, como la cruz y espada de antaño, parecía el principal desvelo de las autoridades que conocí en la Galia de mi aldea. La galera, decían, parecía mi destino certero, como si un gallego de 60 años pudiera remar con esmero tan pesada chalana. El crego, hechicero manuelino, reclamando de mi diminuta esmola, parecía confirmar tan trágica profecía.
Con ojos lastimados por cataras de incomprensión, compungido me vi a buscar solución por el único portal que conocía: el umbral de la re migración.
Y por aquí sigo yo, egreso sin derecho al regreso, paginando el pasado hasta que las puertas del futuro permitan mi ingreso en la eternidad.
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