No hay plan en el mundo que de seguridad a nuestros planos. No los hay públicos y, consecuentemente, no los hay privados. Lo que sí hay, y abunda, es la ilusión, es la esperanza de un lado y la soberbia inútil en representación de vanidad estéril por el otro.
Lo que digan algunos nombres poca importancia tiene delante de los hechos que consustancian una determinada realidad. Pudo ser obra de una celestina, o de noventa solventados, quizás de un único rato a bordo de la nao capitaneada por Cristóbal y su plana mayor, conducida por mares aznariados y rajados entre olas de suave peligro, encumbradas en minaretes erigidos entre cenizas de una potente fragua. Podría haber salido de mis manos cuando las campanas del pueblo repicaban airosas la visita de Fátima al lugar, antigua plaza de España.
Las alarmas, como las campanas de mi iglesia, tocaban y deberán tocar avisando a todo momento que hay que estar atento a un particular evento al margen de cualquier combinación de factores que se articulen para colmo del bolso privado.
El gasto progresivo en protección social, aunque corra en sentido inverso de las tasas de fecundidad, no guarda, en absoluto, cualquier correlación con el sistema público de pensiones, ni mucho menos con la evolución coyuntural demográfica.
El sistema público de pensiones fue determinado para atender necesidades del obrero cuando alcanza edad de jubilación. Los trabajadores españoles contribuyeron de forma decisiva y en separado a otras formas de tributación. Confiaron en la ilusión ofertada por argumentos de personas del gobierno. Ahora vienen otros nombres, también del gobierno, a sembrar paripés de esperanza a favor de una gestión mejor que la primera. Parece que una experiencia de ilusión financiera por más de doscientos años poco conocimiento lleva al pueblo o a algunos dirigentes, que poca vergüenza muestran por dejarse engañarse, y a la sombra de su equívoco permiten que le zorro coma las gallinas en su propio gallinero.
Evidentemente, siempre habrá una relación de dependencia entre población activa y población inactiva. No obstante, el jubilado en su condición de pensionado con sus ahorros (voluntarios o forzados) no es dependiente ni mucho menos inactivo. Por otro lado, la tecnología, obtenida del sacrificio de muchos jubilados y muchos de los que algún día habrán de jubilarse, ha posibilitado que la relación de dependencia entre activos e inactivos se aproxime del cero.
Es más, estudios honestamente inteligentes podrán probar que la base de toda esta enorme y mal definida crisis está en la decadente relación entre trabajo humano y el resultado de su producción. El rural es un ejemplo, la industria del automóvil es otro, y las cajas, en el regaño de los frijoles, desean seguir idéntico camino.
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