En 29 de marzo del septuagésimo año de mi nacimiento, el parlamentar primero del partido popular y primero de la junta de una de las muchas comunidades ibéricas reunía la prensa para repetir el exordio de un breve manifiesto, cuya traducción podría ser resumida así:
“El presidente del consejo de administración de una caja de ahorros, con sede en Vigo, se reúne con el director de una caja de ahorros, con sede en la Coruña, para expresar su concordancia en el análisis de una posible confluencia de un proyecto común. Y para que conste en los anales de la política gallega y se de a conocer a los respectivos consejos de administración, a reunirse el próximo 5 y 6 de abril, sus asignaturas fueron grabadas sobre papel blanco, con fehaciente de la consejera de hacienda”
No parece inteligente que el presidente de una comunidad histórica venga a público y haga conocer una intención que debía conocerse mucho antes de presentar una ley envolviendo su deseo particular por fusión incontinente y explosiva de dos cajas.
No parece inteligente que esto deba ser el foco de un gobierno mayoritario durante cuatro años. Sin duda, sería un problema para enfoque de los dirigentes y sus respectivos consejos de administración, pero, al parecer de todo lo que pasa nunca nada es mejor, los consejeros y sus respectivos dirigentes silenciaron hasta el 29-M, y lo hicieron por alguna causa que no fue omisión del deber de conocer los meandros que rigen conceptos bancarios de supervivencia continuada.
La política es así: siete años de cerdos gordos, siete años de bocas hambrientas y cuarenta vueltas del sol caldeando las arenas del desierto antes de exponer Galilea a la saña política del mapa financiero, lamentando a todo momento, ajenos al ruido y al rumor, el haber perdido las delicias habidas en el palacio del faraón. Y así está escrito por palabras del señor.
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