viernes, 8 de julio de 2011

ANTÍFONA


Las antenas de mis vikingos andan ligeramente desenfocadas. No es que no funcionen. Funcionar, funcionan. Se hacen funcionar, como cualquier funcionario del orden publico, a base de mucha interferencia. Debe ser el eco que reverbera en el interior de sus capacetes. El caso es que yo llevo algunos días meneando el cuerpo desde el rabo de mi galera y no acierto el paso que me conduzca de regreso a la utópica Galecia de mis amores.

Esta mañana he visto una chalana que se aproximaba a la proa de mi buque virtual. Lo hacia rodeado de todas preocupaciones posibles, lo mismo como hace un colector fortuito: mira a la derecha, después a la izquierda, simula que anda cuando para, y anda ligero al punto cuando se me antoja que está parado.

Pablo está en su camarote elaborando nuevas epístolas en las que me ha recomendado portador a su amigo Tiago. Brey peina su barba al reflejo de la luz del mar, que hoy muestra su dulzura cabalgando sobre la crista de una suave onda.  Gadafi por el faro de Alexandría envía destellos de suave fragancia  con aroma de fuego. Berlusconi, el moderno ícono de la sexualidad romana, posa sus vergüenzas  para que sean analizadas por los homeros de la posteridad.  En la germanía gótica, la señora Merkel cuenta el saldo de su cuenta europea. En la ibérica Hispania, mi amigo zapatero suma y sigue los días que anteceden su merecida jubilación. Pienso que estoy delante de un idílico escenario para el cuento que se avecina.

Desde mi puesto, anclado al timón en el puente de comando, adopto iniciativa de contacto, simulando saludo marinero al fortuito chalanero. Responde que se llama Salmón y transporta en el baúl de su nevera un producto fantástico envuelto en papiro de la rica Maceedonia. Dice que su producto posee la esencia del secreto que esconde el camino a los tribunos de los nerios y los impide de dar albergue, en cuadra segura con rejas de hierro, a ese apóstol del campostelle. Una esencia, sin duda, capaz de atraer mi interés por la voz de tan bella sirena.

Promuevo que el solitario marinero suba a bordo de este mi buque insignia. Mi gran sorpresa fue ver que este pillaban de la liturgia clásica transportaba en el aljibe de su bote la esencia de un buen riego, que a mí, tutor de la esperanza, interesaba conocer. Se trata del Codex Calixtinus, un manuscrito tallado a mano y que acoge, en sus primeras páginas, misivas de mi amigo Calixto  a mi liber Sacti Iacobi, en puro testimonio de los milagros narrados al ilustre Diego Xelmirez, paisano de la no menos ilustre Rosalía de los castros gallegos y contemporáneo de uno de mis vikingos, el dueño de la galera construida en el puerto de Padrón allá por el año de mil y cualquier cosa de nada.

El código Calixto es un pentateuco libro, siendo que cada uno resume en su título la intención de lo que se cuenta en sus páginas. A mi interesa el libro tercero, no por su brevedad y sí porque presumo que va orientar mi camino por mar a Santiago y, después por tierra, a la costa fisterrana.

El marinero furtivo me vende el libro al precio de una pequeña tasa, que él debe pagar al gobierno para poder mantener su oficio de furtivo. Un poco más caro fue la protección de su hospitalidad y la venta de pan, vino, carne, miel, leche y otros suvenires de la cocina mediterránea. Decía constituir antífona de buen augurio, pues, como me recuerda Pablo, quien canta sus males espanta. Y el camino por mar a Santiago, con jota o sin jota jacobina,  mucho se presta a una buena oración de este humilde andarillo.

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