sábado, 23 de julio de 2011

OSLO


En este mundo de espiritualidad tan avanzada los hechos se manifiestan con contundencia imprevisible. En mi mundo, atacado por la moderna virtualidad, comprimida en el instante que ese mismo instante estalla en revuelta manifestación  de algún estado frustrante, me dejo guiar por el padre de las valquirias,  quien ayer por vuelta de las tres de la tarde paseaba muy inquieto sobre el combés de la galera.

 Continuábamos estacionados al pie de una ría de un imaginario mediterráneo, donde yo y mis remeros, todos muy aburridos y torrados por un sol escaldrante del norte africano, mezclado  con la brisa cálida del Chili, variante tunecino del Siroco, esperábamos el adviento del Mistral para, por el poder de su fuerza, dirigirnos al canal de Gibraltar, desde donde aprovecharíamos corrientes que a mi dejarían en el finisterrae Duio y a mis queridos vikingos mostraría el camino de Oslo, vía la mancha del gran canal franco británico.

Odin grita por su hijo Thor, un gigante de barba roja, vaquero de buen garfio, voz de trueno, cuyo  brazo era un martillo y tenía por enemigo las torres de hielo. Thor, obediente como todo buen vikingo, se presenta al instante de ser llamado.

-  Hijo, acabo de sentir la voz de un trueno y el rayo de un relámpago. Eriza tu cuerpo, mira cara al norte y dime lo que ves.

Como sabéis, Odin es protector de los ejércitos, de los muertos en batalla, es mago de los magos e ilusión de los andarillos. Odin cultiva cogumelos en los bajos y sombras de la galera. Las ofrece a mis remeros parara alterar su estado de consciencia y remar más y mejor. A pesar del calor, su cuerpo va cubierto con piel de oso y lobo, zanjados con cinturones de acero. La barba, tosida y caracoleada, empataba con la caída del cabello en los sendos deberes de proteger pecho y costas.

Thor, desde el promontorio de su enorme altura, mira fijo el horizonte. Sus ojos se elevan por las asas de mi amiga águila, cóndor de los andes y majestad de las nieves. Puede ver porque ha visto, lo que ocurre en su tierra, Noruega.  

No me llamen mentiroso mis vecinos de Perceebes. Yo digo la verdad y la compruebo. Thor es muy alto y tiene antenas. Es necesario tres gallegos superpuestos uno encima del otro para que la mirada del que está más alto se allane con la mirada de Thor. Hércules, que era troncudo pero más bajito que Thor, consiguió divisar desde un promontorio de la ruña el norte de Irlanda y ver como allí peleaba Breogán. ¿Como podéis negar que Thor, hijo de Odin y hermano de las valquirias, no consiga  distinguir lo que ocurre en los fiordos de la península escandinava?


El reino de Noruega vive unido desde el 872, cuando Haroldo, el de cabello lindo, logró unificarla después de una colosal batalla marítima. Por la imposición de un pesado sistema tributario, Haroldo consiguió que sus adversarios de la burguesía rica abandonaran sus tierras y marchasen, firme el ademan y con cuernos de acero, hacia la conquista de la ría de Arosa.

Con tributos avanzados y los ricos expoliados, Noruega se transformaría en el país más rico de la Tierra. Sus casi cinco millones, habitando poco más de 300 mil kilómetros cuadrados, encuadrados por montañas de hielo y fiordos retorcidos, son dueños de una renda per cápita del orden que ultrapasa los 84 mil dólares. El coeficiente de Gini, que da valor numérico al concepto de desigualdad en la distribución de riqueza, es muy bajo (25,8 de un total posible de 100). Como contrapartida, el IDH (índice de desarrollo humano) es el más alto del mundo (0,938). Su constitución, adoptada en 1814, dos meses después que la gloriosa Pepa de las Cortes de Cádiz, por la que el reino de Noruega fue tan bien aconsejado,  permanece hasta nuestros días y la consideran la segunda más estable del la Tierra.

Con tantas virtudes y seguros del bienestar que daba paz social a sus parientes del helado norte, viajaban conmigo el viejo Odin y su hijo Thor. Su única preocupación era protegerme de las trampas que la maldad de los hunos humanos produce. De repaso, visitarían a bordo de mi confortable galera, Gallega o Santa María, las tierras origen de nuestro martirio celta.


Pero mirad y ved como el infortunio nos acecha.


El reflejo del rayo y el estruendo del trueno venía del más allá de los Alpes, de un edificio de Oslo, la capital de Noruega. Las ventanas se habían reventado y sus astillazos formaban un tapiz como figura tétrica para un escenario de guerra. A seguir, en un islote, más chico que el Perejil de Aznar, sonaba el ra-ta-ta-tá, probablemente oriundo del martilleo automático de un fusil, mucho más destructivo que el poderoso martillo de mi amigo Thor.

Los ojos del cóndor de los Andes consiguen ver un hombre alto, rubio, vestido con farda de policial, tiroteando a diestro y siniestro en el campamento de verano organizado por el Partido Laboral en Utueya. El desespero se generalizaba sin previo alarme, al ritmo de un fuego certero arrojado de la mano de un cristiano conservador, según lo describen en páginas del facebook. El sospechoso del serial killer es un joven de estatura elevada, ojos azules, trazos elegantes, ex miembro del partido progresista de extrema derecha, hombre de actitudes modestas y sin el menor arrojo en las discusiones políticas.

A los siete muertos, y docenas de heridos vagando en las nubes de humo por una calle desierta de Oslo, se suman la casi centena de cuerpos de hombres y mujeres, cribados por tiro de fusil  a 30 y tantos kilómetros  distante del primer siniestro.

Odin parece estático, asombrado por una emoción indescriptible. Se resiste a creer como fue posible que un hijo de alguno de sus hijos haya cometido tamaña brutalidad. Thor narra lo que ve. Su rudeza no le permitir  sentir todo que el alma de su padre y hermanas valquirias están sufriendo. No obstante, siente que su corazón fue herido  por saber que lo imponderable muestra su rudeza aún en los reinos más desarrollados del mundo, y ahora pasa a creer que para vivir en la Tierra es necesario algo más que patria, justicia y pan, algo más que la suerte de tenerlo todo en la vida.  




Gracias, Amado  

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