Al terminar de leer en una rápida pasada la crónica de Alfredo, “Impasible el ademán”, creí haber entendido su contenido, pero ¡ay de mí!, cuando sumergí en el adjunto de los comentarios, un parafuso de rosca soberbia empezó a girar, buscando espacio en el abismo profundo de esta mi inteligencia cibernética.
Fui bajando por los meandros de la obscura historia y me encontré con Sir Shaya Berlin, el cual me contó, como a mí también contaran por ocasión de mi retorno a Iberia, que le habían avisado de las dificultades que encontraría a su regreso a Riga, en mi caso, al buen rego. Las autoridades locales impedirían cualquier manifestación libre de su pensamiento. En mi caso, el trabajo.
Rusia vivía bajo las sombras que había producido la II guerra mundial. En tal ambiente Berlin no podia escribir cosa mejor: “it was like speakin to the victims of shipwreck on a desert islan, cut off for decades from civilization”. Algo parecido yo podría haber escrito en el 2002, a la sombra de los todopoderosos Aznar y Fraga, cuando el negro chapapote reflejaba la angustia marinera a orillas del mar. Galicia continuaba la misma. A mi el mundo había transformado el contenido filosófico adquirido por la propaganda general, quien a todos mandaba por la gracia de Dios y, ¿por que no? del espíritu que emanaba del agujero de un fusil.
Oír hablar de migrantes indiscriminadamente fue algo molesto que yo tuve que suportar durante los dos años de mi estancia en Galicia. “Vosotros aquí no sois nadie”, decía la jefa de colocación de mi pueblo a un joven médico diplomado en Venezuela. “Tus conocimientos y experiencia aquí no valen nada”, espumaba la misma jefa cuando la sorprendí al teléfono ordenando suprimir sumariamente, a favor de un apadrinado suyo, que ni del pueblo era, mi nombre de la lista de un Obradoiro. Le sería imposible justificar mi exclusión por cualquier otro motivo que no fuese la ausencia de mi persona en la convocatoria. La adscripción política del sin causa apadrinado la impedía de ver otras virtudes indispensables a la suma y sigue de cualquier leal concurrencia.
Por la mitad del tercer parágrafo caí de súpito en el foso de Trento. No entendí la asociación de Trento con la derecha y de otras causas más profundas. Ir más bajo sería caer a un nivel imposible de resurgir. De cualquier manera, Trento, por su concilio ecuménico en tiempos de un rey que creímos español (y lo era, pero también empuñaba el cetro del sacro imperio germano romano) pasó a la historia como uno de los concilios más productivos. Debíamos reflejarnos en este concilio para buscar algo que nos arranque del lodo en que andamos metidos. Debíamos dar más voz a la vulgata para traducir los dogmas de la politocracia y convergirlos con los protestos de los indignados. Debíamos hablar en plaza pública sobre las razones que esconden Cristo en la eucaristía para solo allí repartir su cuerpo, mientras, fuera, el desempleo se transustancia en miedo, hambre y miseria.
El video sugiere que girar a la izquierda y, a seguir, a la derecha, o a lo contrario conforme la referencia que se adopte, es necesario para alcanzar alguna meta en los propósitos de nuestra misión. Mirad al espejo cuando acuséis un lado con dedo en ristre. Os responderá el otro lado con idéntica furia.
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