jueves, 14 de julio de 2011

PLANOS DE VIDA


Hoy me subí al promontorio del cabo finisterre, situado un poco antes de la majestosa casa del farol , exactamente en el local donde no hace muchos años quisieron transformar ese punto sagrado en palco de la basura, con fuero de libre arrancada a la maratón por el desastre ecológico de la costa más gallega de todas las costas.

Allá por la línea del horizonte, donde el mar y cielo se ven igual de azules y a la distancia parecen que se unen, pude observar una especie nerótica de pájaros patricios. Blandían con cierta maestría el tridente de Neptuno. En su placentera calma vislumbran un mundo perfecto. Infelizmente este es un estado anómalo de un comportamiento típicamente belicoso. Atemorizado por el contradictorio de cualquier orden, desenvainan el tridente para turbinar el mar, para rasgar todo que en la tierra se asienta, para confundir el viento con ciclónicos movimientos, para impedir el retorno al lar del odiseu Ramón, para mantener la homérica Ilíada muy liada  a mis confusas reflexiones.

Y por ahí vamos, con biblia en mano, samba en el pie, pandereta en la cabeza ritmando la melodía estridente de una gaita de fuelles, directo al canto de gloria en su movimiento litúrgico: Tú que estás a la derecha del padre, ten piedad de mí, porque solo tú eres santo, solo tú eres señor. A ti yo alabo, a ti yo bendigo, adoro, glorifico y doy gracias. Creo en ti con toda la fuerza de mi fe, aunque tú jamás hayas creído en mí por todo el poder que te di. Hoy vives sentado, fiel y acomodado a la diestra, ignorando que los de la siniestra también son  tus hijos, todos herederos de Adan, pero sufridores en la carestía brutal cuando percibimos la derecha sillonada en cojín de lana y algodón  eucaristiando carne de cordero, asada al fuego con tempero dulce extraído de lágrima amarga de la izquierda alada.

Una fría rajada de viento enfría el intento de encontrar camino reto a estas mis retorcidas palabras. Pido al faro que me ilumine, pero de sus bajos sombríos ronca el estruendo  para decirme que su luz no penetra en las tinieblas cuando el sol en pleno día domina.

Vuelvo la mirada al horizonte de mi casi ya pasada existencia. Mi cabeza gira en aparente movimiento de negación. Nada niega. Nada confirma. Mis ojos van cansos en la recepción de tantos paisajes. Reducción de 50 por ciento de la visión sería su justo desgaste. Más justo sería si no hubiera desgaste alguno. Pero infinitamente injusto es ver la asimetría en la gracia de ver a la distancia el infinito que se aproxima y sentir, como siente  este mi cuello, la balanza indicando el desplome vertical de tanto baldonearse  en el plano der la horizontalidad consentida.

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