Regresaba yo de Atenas, muy aborrecido por no haber concretado acuerdo con mi amigo Onasis, cuando los marineros remeros de la nave Santa Maria resolvieron hacer, por su cuenta y riesgo, una pequeña parada en el puerto de Tripoli. Al desembarcar, una centella arrojada del caño de un fusil me hizo sumergir en profundo pensamiento y quedé obtuso rememorando un pasado extremamente lejano y ya casi caduco.
Breogan, a su regreso de Irlanda, bordeando el fin de la tierra, se quedó encantado por la belleza del monte Pindo y sus encantadoras meigas, que en aquella época abundaban como guerreras amazónicas al pie de la fervenza del Ezaro. Pindoschan fue encargado de construir una flota de galeras con velas cuadradas. Con ellas navegó hacia el mediterráneo. Su objetivo era hacer oro vendiéndoselas a los griegos y fenicios. A su servicio, y dándoles seguridad, Pindoschan llevaba una tropa de remeros wikingos, algunos que sobraran de las escaramuzas por la ría de Arosa y a los que hacia luchar alisando sus cuernos, al mismo tiempo que los estimulaba a ganar siempre con la esperanza de regresar nunca.
Mi amigo, el general Kadafi, en su arenga de la plaza verde, acaba de proferir molestas amenazas a los europeos de todas las clases. Dice que si la tal Otan no cesa sus ataques al pueblo libio, Él, Kadafi, con sus fuerzas leales, armadas como tenaces langostas y avispas aguijoneras, conducirá la gran Batalla del Mediterráneo. Atacará pueblos con sus lares y familias, transformándolas en objetivos legítimos de su estrategia militar. Dice que lo hará en justa represalia al hecho de que la tal Otan transformó las oficinas, cuarteles, casa y niños de su república en objetivos militares, en nombre de una supuesta legitimada lucha para derrumbarlo del poder.
Kadafi emula Hamurabi al querer todos ciegos con su propuesta justicia de ojo por ojo. Hillary, en su viaje por la meseta, lo ve todo muy fácil delante de la trinidad y solicita que el líder libio abandone el poder y así pueda facilitar la pacífica transición democrática.
De mi parte, me veo un poco acojonado en la verde plaza de Tripoli, al lado del castillo rojo, observado la galera y mi tropa de vikingos remeros. Presumo que si los vándalos del occidente germánico aparecen con sus practicas vandálicas, es muy posible que hagan resucitar la furia árabe y por alá corran atrás de vándalos y, de repase, a corte de alfanje, también alanos y los suevos que habitamos la antigua provincia romana, conocida entonces como la Hispania Gallaecia.
Pienso como ha cambiado el arte de navegar. Está dificil escapar, pues para aprender las nuevas tecnologías de navegación debo enviar mis vikingos a la escuela. Lo haré luego que salga de Trípoli. Eso si el amigo Kadafi lo permite y no hunde mi Gallega antes que Tarik derrumbe las torres de Hércules y consiga que mi piloto pierda el ojo de la referencia útil a mi regreso.
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