Son cosas extrañas de la vida que ni siempre uno debiera extrañarlas. Hoy fui compungido, por el escrito de Luis Pousa, en lo que concierne a ciertos vocablos de un conjunto de 510 palabras que dan substancia a su oda matinal.
Se que a mí nadie atribuye cualquier obligación de explicar el derecho que un escritor tiene de escribir con palabras que en determinado momento le vienen a la mano y, con todo el cuidado del mundo, las deja fluir desde la yema de los dedos al teclado, y desde este, a una cajita milagrosa que al instante transforma los complicados códigos de la escrita humana en códigos binarios y, al instante, como un haz de rayos, proyecta ideas y conceptos por los extraños caminos de este mundo retorcido, para hacerlos llegar, en fracción de segundos, a mi sentido visual, que deberá elaborarlos para producir sentido en el interior de mi cloaca cerebral.
Conozco Luis desde antes que él tuviera ese nombre. Lo reconozco al instante siempre que nos visita por la Junquera. Soy asiduo lectórfilo de sus crónicas que a mí llegan por la mano digital del correo. Me siento en la obligación de entenderlo para poder entender a mi mismo y también para rescatar el sabor dulce de mi infantil lengua patria.
Un texto es formado por palabras. En el enunciado encontramos palabras que orientan el proceso de lo que se cuenta. Lo compone parte del caudal de voces, modismos de la familia léxica y giros diversos que el autor realiza para conseguir su intento. Ni todo el saber reunido en una familia es suficiente para entender los nuances (matiz, tono, intensidad) que se internan en el cuerpo de una crónica. Luego debemos recurrir al auxilio del diccionario.
Busco el significado de la palabra Tier. La respuesta me llega al instante: no hay registro. Recurro al todopoderoso Google y me responde en un décimo de segundo que tiene registrado 172 millones de entradas conteniendo el vocablo TIER. Tier es palabra del mojo ingles derivada de la salsa francesa utilizada por los bretones desde 1559. Significa, entra otras cosas, eslabón de una escalera en el que se puede descansar antes de subir a otro nivel.
Poso en la tier para formular hipótesis en función del contexto que me enerva a trabajar con los insignificantes de mi particular vocabulario y crear un régimen confuso y complicado en la administración de dos diferentes tier (niveles) de seguridad semántica.
En el Tier 1 (base, nivel o descanso 1) descansa el capital de propiedad del banco junto con las reservas registradas.
En el Tier 2 el capital jadea un poco más y su cálculo se hace más complicado. Incluye todo el dinero que el banco pierde pero no sabe como lo ha perdido, ni por qué ni para quien. Un inversor fundamentado en la TIER 2 podrá exigir liquidación en el tercer día, apenas en la hipótesis de resurrección de activos sublimados
El Tier es una medida de riesgo que descansa en cinco categorías (0 %, 10 %, 20 %, 50 % y 100 %). A los bancos que operan en el mercado internacional se les requiere un riesgo máximo de 8 %. Este porcentaje se asocia a la moral de poder recibir el capital aportado por préstamo, acrecentado de los intereses pactados. Si el interés es bajo, la moral de liquidar los débitos será elevado y, por consecuencia, el riesgo será menor. Las caixas gallegas, en su nueva expresión de NCG, pasaran, ponderados por el Tier 1, de un riesgo 5,3 % a un riesgo de 6,5 %. Entiéndase, una escalada en el riesgo 1,2 % en poco más de un año.
Sabemos que la contrapartida al riesgo es la confianza en nivel de complemento porcentual. Luego, podemos escribir que una caída en el nivel de confianza de 1,2 % equivale a una variación de 23 % para 18 %, considerados el tier antes y el tier después (1,2 /5,3 antes, 1,2/6,5 después). Y por un truco secuencial de la equivalencia matemática financiera, practicada por los gurús financieros, llegamos a la reducción de cinco puntos en el nivel de confianza. Ese es el abstracto sentimiento que por transparencia de cultura anticipada tanto bien y tanto mal son capaces de producir en la economía de un país.
Conclusión:
El riesgo inherente a la vida es imponderable, aunque quieran cuantificarlo por cualquier método conveniente a la ilusión que produce dinero. Véase el caso del Tesoro americano, ni el presidente más poderoso del mundo es capaza de ofrecer confianza absoluta a su dinero. Otra cosa es la seguridad que algunos tienen por saber quien va pagar la deuda, entrometida, al impromptu de una fantasía al cien por cierto, en el vientre de un colosal riesgo.
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