miércoles, 20 de julio de 2011

LITIGIO SALOMÓNICO


El Tribunal Superior de Justicia de Madrid ordena el desalojo de una familia en condición de insolvencia económica.

La orden de la supremísima corte llego a las ocho horas de la mañana de las manos de un poderoso centurión policial, muy dispuesto, con su efectivo bélico, a ofrecer combate al terrible peligro que suponía una señora de 53 años con sus dos hijos. La calle Virgen de Lluc, 140, en el barrio Ciudad Lineal, ha vivido un particular día en su corta historia de barrio construido con el único interés del interés del ladrillo, bien asentado en algún tipo de filosofía bancaria, filosofía radical incapaz de entender que esto ocurre en el Reino de España, país soberano, constituido en estado social y democrático de derecho.

Desalojan a una familia que por derecho constitucional le corresponde un PIB familiar de casi 90 mil euros (PIB per cápita x 3), es dueña en su derecho proporcional de un territorio ideal equivalente a 32 mil metros cuadrados, con su respectiva fauna y flora (3 x Inverso de la densidad demográfica en metros cuadrados), vive en un país que se declara dueño de un alto Índice de desarrollo Humano (IDH = 0,86, muy alto); probablemente es católicas y jamás han usado burka para ocultar la buena intención de sus actos. Pero si esto no fuera poco, esa familia es un helo de la gran familia, que vive al borde del Manzanares  bajo la égida de la popular esperanza en la reta que lleva a la calle de los misterios, por los que pretenden gobernar la patria de 47 millones, españoles de todas las autonomías.

Vivimos el imperio de la desforra, desagravio, retaliación, vendita venganza,  que en nombre de una caja y batuque de ahorro pretenden hacer de la Constitución la gran biblia de la basura justiciera.

Dice la Carta Suprema, escrita con la ayuda de un gallego popular, allá por el mil novecientos y setenta y ocho, en el Título I, de los derechos y deberes fundamentales, artículo 10: “La dignidad de la persona, los derechos inviolables que le son inherentes, el libre desarrollo de la personalidad, el respecto a la Ley y a los derechos de los demás son fundamento del orden político y de la paz social”. El artículo 18 refuerza la idea del décimo: “1. Se garantiza el derecho al honor, a la intimidad personal y familiar y a la propia imagen”, “2. El domicilio es inviolable”.
Por el artículo 19, a la familia de la señora María José le han ofertado un piso de 150 mil euros. De alguna manera, por artificio bancario aliado a la industria del ladrillo, la han persuadido a asociarse a una jornada de carácter especulativo  con el intuito de convencer otros potenciales compradores de la oportunidad delante de la gran pichincha que significaba adquirir inmueble, y correr atrás de él antes que se agotara la oferta. Quiero creer que fue una justa asociación entre el interés de la construcción, el interés del dinero y la necesidad de vivir con dignidad en algún lugar. Por tanto, todos están con responsabilidad idéntica en el riesgo de la jornada.

Ante el Superior Tribunal de Justicia de Madrid se presentaron dos señoras que decían ser dueñas de un mismo piso. Ambas señoras habían dado luz a un proyecto en la misma hora. Al juez no cabía saber quien primero había parido la idea, pues ella era consecuencia de intereses legítimos y fermentaran en el vientre desde hacia bastante tiempo. Lo cierto en la demanda es que no había acuerdo. Una señora, por circunstancias que le habían robado  derecho al trabajo, no podía pagar. La otra señora, por circunstancias de precaución y prevención de riesgos, exigía su parte en el negocio, acrecido de intereses, multas y gastos diversos previstos en la prevención de riesgos. La señora humilde, al despertar de un lindo sueño, percibió la trampa en que había caído. El Tribunal Superior de Madrid estaba delante de un dilema salomónico y le cabía dilucidarlo con semejante sabiduría. Dividir el piso en dos y ofertar cada una de las partes a cada uno de los socios en litigio.

Algún equívoco en esta historia ha habido, pues el sable salomónico calló sobre la cabeza de la familia humilde, y habría partido otras doscientas si el amor de la señora pobre no la hubiera desistido de proteger su honor. 

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