viernes, 2 de enero de 2009

UVAS

UVAS

El finado año 2008 me proporcionó un extraño sentimiento por el poder de avanzar algunas horas en el tiempo y retornar poco después al pasado,  que a mi alrededor se hacia realidad presente.

La administración del tiempo es un grave problema para los mayores de edad, para aquellos que han conquistado derecho a una vida exenta de tensiones laborales. Es muy difícil pasar las horas sin una meta a alcanzar, sin una trilla a seguir, sin un problema a resolver, sin amigos con quien charlar, sin dinero para gastar. El tiempo para por terquedad y corre por vicio, sin ninguna necesidad de andar. Cuando nos damos cuenta, deparamos que el tren de la vida nos ha alejado irremediablemente del puerto de partida y nos acerca, pese a la cantidad de remedio que tomamos,  al panteón de llegada,  sin haber entendido absolutamente nada del por qué hemos corrido tanto para enterrarnos en un destino que, prueba en contrario, a nadie interesa.

Cómodamente sentado en el sillón de mi nave inter-espacial, cuando tocaron las doce campanadas, que decretaran muerte al año viejo gallego,  me comí doce uvas teniendo por testigo mi paisano Gayoso.

Tolim, una uva; Tolom, otra uva…A las doce bastabales, la décima segunda uva. Algunas personas casi se atragantaban con el dulce fruto de la vid divina atascada en el tragadero. Alguien con extraños pensamientos de sensatez preguntaba ¿por qué tantas uvas en año tan castigado por la crisis de los abastados?  Gayoso, en su bien sonante lingua galega, lo tenía bien claro: el calor del auditorio compensaba la energía despendida con los gastos de uvas. Y así, bien convencido de la necesidad de un previo ensayo, comí 24 uvas en el espacio de media hora. Suponiendo que los tres millones de gallegos habitantes de este delicioso mundo, en régimen de derechos igualitarios, comimos la misma cantidad de uvas, algún fiscal de ahorros nos enviará la cuenta por hecho imponible de los 72 millones de uvas consumidas.

Ya estaba en el año nuevo cuando mi esposa me llama para conmemorar los últimos diez minutos de la vieja noche. Habían pasado casi tres horas del año nuevo. Mal había digerido las 24 uvas y me llamaban de regreso al año anterior. En la mesa,  más uvas. Uvas envueltas con calor diferente, uvas occidentales, uvas tropicales. A las doce campanadas explota el cielo con rajadas de morteros en abrillantados coloridos de noche estrellada. Copa en la mano, repleta de dulce espumante, en un segundo y crucial momento brindaba  a la Tierra por su generosidad del tiempo presente, ahora dos veces pasado.   

No hay comentarios:

Publicar un comentario