El Titanic salía de Londres con destino a América. Iba repleto de pasajeros. Muchos eran emigrantes con destino a una vida desconocida. Desde Santiago escribía don Carlos Luis: ‘Aprieta el pecho verlos partir, llevan en sus manos una maleta hinchada con trapos viejos; sus cabezas se inclinan pesadas, cargadas de infinitas preocupaciones; su mirada, triste, fija en dos horizontes espejados en el suelo. Van construir la nueva tierra, dicen. No saben lo que les espera.”
Proféticas palabras del don Luis del milenio pasado. El nuevo don Luis, resurgente de las luces gallegas, hace algunos días brillaba temeroso bajo el candil de los medios televisivos. Roñaba a la intemperie por los embargos de un voto constructor: admitía ser el voto de los pasajeros hundidos del Titanic. Temía el retorno de las fuerzas del pasado, temía la resurrección de brujos y meigas regresando al tablado del circo comunitario.
– Es necesario insurgirse - gritaba don Rodrigo de Vivar desde el condado de San Caetano - Reunamos todas las fuerzas del desamor, preparémoslas para el motín, una revolución, para una invasión bárbara a la urna de cristal.
En el interior del recinto contable, una horda de apoderados e inquisidores, partidarios del todo vale, se preparaba a espera de orden desquiciada para saquear el ambiente. El sistema no permitía empate entre almas muertas y almas vivas. El toque de ataque sonaría a la menor señal que diese preferencia al Cambio en prejuicio de la Renovación.
Empresarios, sindicatos y todos los vivos del condado, tras el impacto de la urna y liderados por el infante de Los Peares, se impacientan por un estado construido por los que quieren renovar. Encuentran a su paso una flotilla de naves ineptas, con poco sentido de la función y muy bien adaptadas a los aires de la renovación, por coincidencia muy parecidas a lo que eran antes del cambio.
¿Y qué o qué? Se pregunta el literato hombre sobre los pasillos vacios. Las hordas que asedian el burócrata apóstol llegan con mucha sed al pozo; quieren extraerle toda el agua antes que se seque por el mal ollado del nuevo administrador.
Para algo ha valido el cambio y no se enrudece ante el vasallo invasor. Permanecer en el cargo es una lección para que se enseñe a la posteridad y sepa el futuro que en el silencio de Fonseca ha reinado por breve tiempo el espectro de la legalidad. Ahora triste y sola, llorosa sin duda, con distinta magnitud de onda de la que en breve se irá inocular.
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