SUPERFLUO
Se aproximan de vuestra señoría, my president, los conselleiros de lo SUPERFLUO. Observe, señor, como manejan los dedos en su juego trileiro. Es para distraerlo, pues será por la boca que quieren engañarlo con luces de la sensatez.
Ardua tarea será tranquilizar los que temen por la pérdida de sus puestos políticos. No vale asegurar que, gobernando para todos, todos mantendrán sus puestos. Sabemos que no es así, mi señor. A usted le sobran motivos para caer en la virtud de la santa humildad, vivió la angustia de jugarse todo su futuro en una sola jugada. Es gallego, luego lleva en sus venas sangre de dulzura, pero el cuerpo lo agitan nervios de la obstinación y músculos del delirio.
Cánticos de gloria in pectore para livor de su victoria suenan por el territorio de la Galicia tradicional. Cantarán en clave de su conveniencia y le dirán lo que vostede quiera escuchar. No se olvide, mi señor, del encanto de la sirena; no haga caso a su hechizo; vuele con el vuelo de la gaviota, que es más serena. Cumpla la misión de Ulises sin delongas ni rodeos, evite los traumas del desierto y conduzca todo el pueblo por el camino del buen sendero.
Señor, encienda todas las tochas de nuestros faros para que el ardor de la palabra no inflame la lisura de su objetivo primero. Empleo, señor, es su mandamiento inicial. Empleo de todos, para todos y por todos aquellos que quieren y necesitan emplearse para galopar sobre el primer escaño de las necesidades esenciales.
Consejos advendrán para soplar en sus orejas y decirle que la cultura del ladrillo crea mucho empleo; sabios vendrán de fuera para asegurarle empleo y cultura por la casa del Gaias. En la ribera querrán construir rascacielos para igualar su saber con el saber de otro Señor. Ave marías serán rezados todos lo días por cuenta del ave veloz y el lenguado callejero pedirá que abra el grifo de la financiación para endeudar el gallego con proyectos en el exterior. Pedirán tantas cosas, patroncito mío, que congojan mi alma delante de un deseo de inanidad pueril, aspirante, por el morro de la obstinación, a vivir en la Galicia de mis sueños.
No haga caso a los consejos de este viejo consejero, mi señor. Pues dicen que el consejo si fuese bueno tendría un precio. A mí nada me pagan, señor presidente, luego no hay precio que subaste mi alma. Vivo de la brisa provocada por la renta del trabajo pasado. Es renda superflua y un poco carcomida. Lo se, mi señor, pero si me la quitan fallece el cuerpo y sin cuerpo, meu señor, el alma no espeja el estado de mi razón.
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