EXTRANJERO
La historia ha jugado conmigo durante todo el tiempo de los pasados 70 años. De parroquial inversor, a servicio del párroco de mi pueblo por ocasión de la revolución china; de particular repartidor de pan por las casas de economía privilegiada en el pueblo y aldeas vecinas, a coordinador principal de las actividades de ingeniería y producción de la industria automovilística más productiva y avanzada de toda la América.
Siempre desapuntado con el retorno social de mis inversiones, busqué incansablemente alternativas. Venezuela fue en su tiempo una opción propuesta por tres emigrantes italianos: ellos tenían un loco plan para entrar en territorio venezolano atravesando la frontera de Roraima como polizones. Mi amigo Erwin Bobotis, hijo de un emigrante griego y una emigrante austriaca, insistía para ingresar en un grupo que preparaba documentos con intención de emigrar a Australia. Otro amigo, Alfonso Leira Gira, compañero en el último viaje del Yapeyú, se preparaba para regresar a Galicia, humillado como muchos otros por los grandes desabores de la emigración.
Existen circunstancias en que se ve muy claro que las inversiones en determinadas oportunidades no son todo lo que debieran ser y nuestra esperanza sucumbe con consecuencias impensables en los albores de la planificación de un futuro glorioso. Esta es también la historia de un gran número de emigrantes gallegos que han sufrido rigurosas crises financieras en los países de Sudamérica. Esta es la historia tradicional de Galicia, ahora prestes a ingresar en un largo túnel impulsado por la global bolla de la financiación, después haber penetrado insensiblemente en la cultura del ladrillo.
Últimamente vivenciamos las mismas reglas de comportamiento atribuidas a los países del tercer mundo, exactamente las mismas que al gallego le gusta atribuir a aquellas sociedades productoras de bananas. Felizmente, el origen de nuestros problemas son los mismos, lo que hace que su comprensión nos auxiliará a encontrar solvencia a los graves conflictos de política económica que se avecinan. El problema reside en que hoy a nadie le gusta aprender con la experiencia de los otros. Quieren, los jóvenes que se aproximan del poder, aprender como duele la llaga provocada por un clavo y como sosiega el alma con el fuego del dolor.
Ayer vi con especial interés el debate trabado en la RTVG. Vi con particular preocupación como un pequeño número de gallegos emigrados consiguen a la distancia imponer discordia entre demagogos políticos e insensatos periodistas. Todos ellos coincidieron en extraña presunción de inocencia para el gallego residente y acusan el mismo gallego de venderse por una miserable peseta cuando lo tachan de residente ausente. Todos ellos parecían comulgar un orden por exclusión de los gallegos residentes ausentes de las decisiones que faciliten su retorno al lar. Pobre de los gallegos que sirven en Afganistán. Pobre de los gallegos que buscan riqueza en otras fronteras. Pobre de mí que cuando volví me llamaron extranjero en mi querido pueblo.
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