viernes, 21 de mayo de 2010

HOMBRES O DIOSES?

Presiona dentro de los límites de mi estrecho raciocinio la gran tecnicidad que consiguen alcanzar algunos ramos del conocimiento humano, principalmente su aplicabilidad en el tronco de lo absurdo. Desde muy niño entendía yo la Iglesia, el Estado y la Justicia como instituciones indispensables al buen funcionamiento de la vida en grupo. La Iglesia se encargaría de modelar nuestras vidas, preparándolas para el ingreso en  el maravilloso mundo de la eternidad. El gobierno estaría encargado de ofrecer materialidad económica y recursos suficientes para trillar el difícil camino que conduce a la celestialidad. Al sistema penal de la justicia cabrían dos misiones fundamentales: brindarnos justicia y seguridad a través de la justa  restauración del bien furtado por el ofensor.
El mar del milenio en que nos toca navegar ofrece teorías accesibles a cualquier bolsillo. Los genetistas del mal comportamiento han identificado la mala conducta del criminoso en su tierna edad, atribuyéndoles capacidad agresiva para el resto de sus vidas. Eran niños problemáticos que ahora se transforman en rebeldes adolescentes y de seguido, conforme circunstancias, devienen adultos antisociales y desviados. Otra línea teórica de enfoque disuasorio advierten que las personas siempre procuran la maximización de sus beneficios y la minimización del coste de sus penas. Conforme el resultado, aprendemos a convivir con el déficit o superávit del saldo, muchas veces sin darnos cuenta que existe una legión al acecho para condenarnos al fuego eterno por penas que por estructuración de la base social también son de ellos.
El fracaso social es un fuerte elemento de la frustración que acomete un individuo. Y la frustración, como consecuencia de la privación de algo intensamente deseado, hace despertar dos tipos de actitudes: indolencia y ferocidad. Los resortes que mueven los activistas radicales, ya sean críticos pensadores, políticos, humanistas, feministas, etc., tienen apoyo en bases de la frustración promovida por desequilibrios en la distribución de la riqueza, en la miseria, en el absolutismo del poder, en el desempleo, insolidaridad coterránea y tantos otros vicios del capitalismo moderno.
Informa el Correo sobre el deseo de la fiscalía atribuir 1.120 años de cárcel a cada uno de los imputados como autores del atentado en el aeropuerto de Barajas en el año 2006. A lo que yo iba, por las causas de la presión que martiriza algunos sentidos que dan meta a la reflexión, no atino saber si la sentencia atiende un deseo de castigo o a una oferta de premio. Pensándolo bien  y considerando la sapiencia de un ilustre magistrado, la pena consiste en reducción de 80 años a los premiados a vivir  por más 1.040 años. Además, allá por el año 3050 de la era cristiana, los condenados a una vida que ni Matusalén consiguió vivir, saldrán de la cárcel con un millón y doscientos mil euros para indemnización a las familias de las víctimas del atentado. Todavía choca mucho más la precisión de la indemnización al Estado y al Consorcio de compensación de Seguros, respectivamente, 1.169.002 euros y cuarenta y ocho centavos y 41.675.745 euros y noventa y cinco centavos. Vamos, que esto es una sentencia para dioses y no para humanos.

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