En este momento no es bueno, para España, la beligerancia de Rajoy. El chuletismo de la oposición hará salpiqueo por todos los rincones; provocará exaltación de los ánimos para conducirlos a un estado de ira irrefrenable. La peor alternativa es esa artillería opositora vomitando tachuelas, del diestro al siniestro, sin especificación preventiva del gasto que eso supone. El PP no ofrece el camino de la negociación al Gobierno. El PP arroja, por la boca de Rajoy, un ultimátum, de tal modo que si las exigencias no se cumplen dejaran que el negocio role por la barranquilla hacia la boca del caimán. Mala opción, sin duda.
Como todos sabemos, el Ministerio de Vivienda fue elevado al rango de ministerio por estructuración de la Subsecretaria de Vivienda, Dirección General de Arquitectura y Política de Vivienda y Dirección General de Urbanismo y Política de Suelo. La vivienda es un tema de derecho constitucional y de profunda sensibilidad en el anhelo de las personas humildes y, también, de las personas abastadas en su histórica reivindicación al derecho de la propiedad privada. Si algo funciona mal en este ministerio, Rajoy ya debería haber hablado por boca del trombón que acusa el buen zapatero por no tachar el cuero en zuecos de buena madera. Estoy seguro que en Tabla Redonda ambos alcanzarían un buen acuerdo, para ellos y para España.
Haciendo un giro de 180 grados, dirijo mis oídos a la voz de mi buen amigo Krugman y le escucho decir que hay poca opción para el Estado que ha ultrapasado su capacidad de endeudamiento. Si el Estado tiene moneda propia, la lógica keynesiana es ordenar, al Banco Central, reproducción masiva del medio circulante y esperar por su encadenada reacción. El rico se entera de que aquel exceso de papel en sus arcas vale menos que el trabajo empeñado en conseguirlo. Su inmediata reacción es promover elevación de precios a los bienes que son suyos, apelando a las leyes del mercado. El obrero descubre que todo el esfuerzo en tiempo forzado y horas voluntarias no sostiene lo que exige sus necesidades mensuales. La iglesia exige más limosna a los pobres que van pedir paz y gloria a los santos de su devoción. En fin, la cadena endurece sin fin y la hostia se justifica con esa misteriosa palabra llamada INFLACIÓN, que a todos encanta y destruye la Nación.
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