jueves, 27 de mayo de 2010

SABUGO

Señoria! Señorias! Señorias!
En que país estamos, señorías! Vamos,  que ya podrían ustedes ser un poquitin más titiriteros en asuntos que tratan del pan ajeno. Hagan y digan lo mismo que hacen y dicen a cotio, pero con más salero y gracia, que para eso se les paga por la plaza que ocupan.
Cuando yo era niño, Señorias, y vos todavía no habíais entrado en el presupuesto de los padres de España, alcanzaba mi pueblo, en la lejana Finisterre, una que otra caravana de gitanos. Esas caravanas estaban compuestas por familias desposorios de Moisés. Su principal actividad en la lucha por ganar el pan de cada día era divertir a los villanos, y nosotros, los niños de España, sentíamos ampliar la frontera de nuestro mundo cultural por medio de las representaciones teatrales, de cantorias y bailados en plaza pública. Una dramática representación titiritera por su profundo contenido filosófico fue la voz profética  que anunciaba haber acabado la peseta después que daban muerte al toro.
- Morreu o touro, acabouse a peseta – decía el titiritero.
-Ohhh! – era nuestra exclamación de desagrado por tan fatídico e infeliz final.
No se decir si nuestra infantil tristeza se refería  a la muerte del animal clavado por una in justa espada o al disgusto de haber perdido una peseta en una tola comedia. De aquella no había dialogo posible y mucho menos reclamación que fuera plausible. Quien no tenía peseta corría fingiendo ser llamado por su madre. Quien disponía de aquel papel sucio y desgastado, muchas veces descolado de la otra mitad para doblar su valor,  lo entregaba mostrando la lengua de los dos rotos bolsillos, como prueba que no escondían cualquier patacón del fugado vecino.
De Lope de Rueda extraigo el siguiente mixordio.
¡Valame Dios, y qué tempestd ha hecho desd’el resquebrajo del monte acá, que no parescia sino qu’el cielo se quería hundir y las nubes venir abajo.
-Vengo hecho una sopa d’agua. Muger, por vida vuestra que me deis algo de cenar.
- Y yo que diablo os tengo de dar si no tengo cosa ninguna. Marido, ¿no sabeis lo que he pensado? Que aquel renuevo de aceitunas  que plantestes hoy, que de aquí a seis años llevará cuatro o cinco hanegas de aceitunas y que poniendo plantas acullá de aquí a veinticinco o treita años ternéis un olivar hecho y drecho. Mira, marido, ¿ sabeis qué he pensado? Que yo cogeré el aceituna , y vos la acarreareis con el asnillo , y Mencigüela la venderá en la plaza ; y mira, mochacha , que te mando que no las des menos el clemin de a dos reales castellanos.
-Hora, andad, vecino, entraos allá dentro, y tené paz con vuestra muger. Hora por cierto, que cosas vemos en esta vida, que ponen espanto. Las aceitunas no están plantadas y ya las habemos visto reñidas.
Peor, digo yo, que, después de tantos años ver crecer el olivar, venga el anillo de una rueda infame traerme el sabugo de una aceituna y quieran ponerla en la güela  en diaforético y resolutivo intento para que este viejo trasno muera de tedio.

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