Yo, ídem.
Pero ¿que digo? Mi fe en el buen arbitrio de los mercados nunca ha sido ciega. Se que el mercado en algunas cosas funciona bien, en otras, no. De la misma forma, cuando el mercado funciona bien para algunas personas, siempre aparecen otras, que también componen el mercado, reclamando que les va muy mal.
Por ejemplo, en el Brasil, cuando la tasa de cambio de su moneda favorece el poder de compra de bienes y servicios en el exterior, todo el sector exportador viene a público y, muy irado, reclama del gobierno la formulación de políticas que conduzcan a la devaluación de su moneda. Bajo argumentos algunos correctos y otros falaciosos, desde el Planalto se ordena que el real baile al ritmo del bombo que toca a los oídos del gobierno. Pero, en el timbrar de la percusión, muchos otros instrumentos componen la batería que marca el ritmo, que puede ser en paso doble, rumba alegre, samba do crioulo louco y muchos otros más.
El mercado no es sabio. Si el mercado fuese una fuerza natural capaz de producir justicia y equilibrio de las relaciones económicas ya lo hubiera hecho durante los más de doscientos años en que reina la filosofía de la mano invisible. Lo que si se puede asegurar del mercado es que, delante de situaciones extremas, sabe reaccionar. Y generalmente reacciona de modo violento, sin mucha justicia y con muy poco tino.
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