lunes, 16 de mayo de 2011

EL HIJO PRÓDIGO


¿Que querrá decir Feijóo con su particular parábola del hijo prodigo? Sabemos que en la parábola cristiana el personaje central del tema, que Jesús desarrolla en uno de sus muchos discursos, es el padre y no el hijo, y constituye crítica mordaz como respuesta a la crítica de los fariseos y escribas, que lo achacaban por vivir en medio de pobres y pecadores, gente liberta del pecado de la usura y que utilizaran la herencia divina a favor de los más desamparados.

Hijo prodigo es aquel que, alcanzado la edad de constituir su propia nación, solicita al padre permiso para salir al mundo en busca de medios que garantan su plena libertad y pueda constituir familia, a imagen de la familia que su padre conquistara tan arduamente durante una vida. El padre, seguramente influenciado por una misericordiosa madre, pone a disposición del hijo que quiera libertarse una parte de los bienes que a ese hijo pertenecerían al cabo de la vida paterna. Un pequeño investimento cuyo retorno haría la felicidad de cualquier mortal cuando observa el hijo dueño y señor de su destino.

El otro hijo, económicamente avaro y mezquino,  jugó toda su futuro en una jugada política de gran envergadura. Seria el rey de Percebes y haría cubrir de esmeraldas el cortijo en que comían los puercos. Es lo que naturalmente desea cualquier joven cuando el suceso lo colma de soberbia. Cualquier joven, dixen, el que gana la libertad y el que se queda preso al jugo de su padre. El primero corre el riesgo permanente de un entrepeneur; el segundo desliza a la sombra de lo que la capacidad de su padre pueda producir. No tiene nada, pero, allá a lo lejos, vislumbra que podrá quedarse con todo y no permitirá que su soberbia se vea lastimada por la bondad misericordiosa de su padre, generalmente y afectivamente asesorado por la bondosa madre.

Y sucedió en la parábola del hijo pródigo un gran desastre que acometía todo el reino de Percebes, donde todos habian  pasado a comer caviar y a beber caros riojas, prácticas típicas de quien sabemos adora lupandas. El hijo prodigo, acostumbrado a los avatares de la vida, decidió regresar a la hacienda de su padre y allí cuidar de los puercos y repartir pródigamente las algarrobas que estos comían. El hermano avaro no tardó en susurrar una oración: Padre, mi hermano pecó ante el cielo y ante ti cuando salió al exterior, no merece que lo llames hijo, trátalo como a uno de mis jornaleros, a agua y pan seco. En medio al desespero que asolaba los alrededores de Percebes, la hacienda del padre del hijo pródigo se mantenía incólume gracias a las macizas ayudas de hijos de su hijo que brotaran en el exterior. El otro hijo, para desespero del padre, vivía triste y amargurado por la envidia  que le causaba el reparto por igual del amor patrio-materno.

Vivimos un mal momento y el hijo sedentario lo quiere todo para sí. Para la oposición ni siquiera bellotas. Absorto en la riqueza de su hacienda, jamás se preocupó por cualquier tipo de siembra. Nunca sentirá en su alma el amor que produce el reparto del cariño paterno entre dos o más hijos, los que salieron y los que quedaron.

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