jueves, 26 de mayo de 2011

TRISTE SIBELIUS


Triste división la mía en este día en que el invierno de mi tercer edad avanza lado a lado con días gloriosos del verano de mi juventud. Es una simple cuestión de estar. Estar un poco antes o estar un poco después, en una  región más al norte o en otra más al sur de una línea imaginaria a la que hemos convecionado llamar Ecuador. Hay otra línea que también es determinante de las diferencias que existen en un único instante, llaman la Meridiano. Por tal humano artificio uno se hace omnipresente en el espacio celestial. Y es en este espacio que yo paso los días y noches a espera que se abran las cortinas de otro palco vital, en el que la obscuridad absoluta no permite observar sus imperfecciones.

El viento sopla en el valle. Viene del norte, canalizado entre dos montes, el del son y el de la armada. En la ría ruge el mar con su espuma de rabia, dando impresión de que quiere penetrar el junqueral y abrir una fenda para separar mi mundo en dos mundos. A esta penetración los hombres han puesto resistencia y sobre ella lanzaron todo el estiércol, arrancado de Brens en forma de escoria. Una amplia gama de riqueza marina se ha contaminado y se ha extinguido debajo de un lodazal alfombrado con cemento armado. Yo me extingo entre mis recuerdos y ya siento el peso de la lápida que cubrirá mi cuerpo. Es pesada, fue hecha con granito del Pindo y sus moléculas cristalinas albergan el espíritu de Pindoschan. No soy el único ser vivo en este proceso de vida, que tuvo inicio cuando muchas otras vidas se acababan allá por los idos de los tormentosos años cuarenta. Pero causa un extraño dolor saber que doy composición a un pequeño número de personas que entraran en el palacio de la viejez y que otra salida no tienen sino el limbo de la perdición y el subsecuente abandono en eras pasadas.

Es un vals triste, yo lo se. Tan triste como una sinfonía del amor que recuerda un bando de melros gavotando un paisaje de cerezos en la campina ourensá de mi amigo conde, el de raíces profundas clavadas en el foro de mi cultuada memoria.

Hoy me cuenta que no hay xeito, cuando menos xeito consentido de salvar un cerezo de edad avanzada. El presupuesto por el que se estructuró su programa de vida alcanzó el fondo, y el tenue hilo de agua que de las rocas emana pertenece a una clase de edad inferior, que pelea a diario para ser superior, imaginando que cuando alcance la cumbre  de ella jamás será derrumbado.

¿Secará mi cedro bajo la secura del calor tórrido de este invierno tropical? No lo se. Esfuerzo yo hago para regar el tronco, ramas y hojas. Esfuerzo que por poco que yo haga consume tiempo. Y el tiempo se paga. ¿Con qué? Con la separación entre el cuerpo y el alma, resultado de una declarada falencia de los órganos que sustentaran este nuestro imperfecto programa de vida. Somos pébedas, que otros llaman carabuñas, sementadas al girar el sol en los inicios del verano, y nos consumimos desbotando o croio da cubierta externa para  derrengarnos en imagen de piedra. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario