jueves, 26 de mayo de 2011

PRESUNCIÓN DE ROSA


Con contundencia pero sin precipitacións. Así de retorico se manifestaba la autoridad máxima de un organismo autonómico español. No cabe aquí dilución en las desfachateces de un minúsculo partido que pudiera comprometer alianza de gobierno. En Galicia, el IGAPE es administrado por el mayor partido de España y el adjetivo que lo califica del más grande de todos los grandes le fue otorgado en las presentes elecciones municipales. Son ascuas hirvientes.

Con base en una ley (ora ley, ya decía Napoleón), número del que no vale la pena recordarse porque a ella se llega hasta por los caminos de la desmemoria, el director xeral es nombrado por el Concello de Dirección a pedido (propuesta) del conselleiro de industria e comercio, a quien corresponde la presidencia y representación del IGAPE en toda clase de actos o negocios jurídicos, y ejerce en su nombre acciones.

Ya sabemos que el presidente comunitario es monásticamente emposado por voto mayoritario del parlamento gallego, en su mayoría PP. Legalizado el mando, cabe al presidente la libre escoja de sus conselleiros, generalmente retirados entre los más confiables de su manga derecha.

Es del oficio de una araña la urdidura de hilos, cruzados unos con los otros y bien enlazados por saliva gástrica a la tejedura de una gran tela. Una araña que así proceda le es lícito cazar una mosca para deglutirla en el almuerzo. Pero cuando la urdidura es maquinada por quien su oficio es cuidar del aviario y no rascarse los huevos, la profesión de fe recibe otro nombre. Es un nombre extremamente contundente que sin precipitación podríamos atribuirlo a la adjetivación del verbo ladrar, algo muy diferente de quien hurta o roba.
Digamos tratarse de retórica magníficamente adecuada a los modernos alibabás del orden público en sus delitos de fraude en subvenciones públicas, falsedad documental, alzamiento de bienes, blanqueo de capital y fraude fiscal. Algo que un Casanova no consiga explicar cuando atrapado por los cuernos que afila con su estilete sexual. Por presunción de inocencia, que los culpados presumen tener, deberíamos restituir el caballo y caballero franco a la plaza de Ferrol, deberíamos santificar las imágenes de Hitler y Mussolini o conservar en formol los eternos dictadores de Oriente. Pero presunción de inocencia se reviste de otro significado cuando el que la invoca es un pobre esfomeado, un padre de familia cuando pierde el empleo y embargan su casa, un hombre o mujer cuando la fiscalía, haciendo fe de un lucro presumido, exige que pague lo que nunca ha ganado, o a un muerto a quien se le exige que pague a unos muy vivos un tributo difunto. Vamos, que hay campeones para todo y a donribo niguen derriba, con presunción o sin presunción, chova o faga sol.  

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