jueves, 19 de mayo de 2011

VIEJA PARED


“Pasaron los años y mis desengaños yo vengo a contarte, mi vieja pared. “

Te lo cuento como a mi contaron ya hace mucho tiempo, y aunque los discos sean otros, el alma mortal continua la misma, eternamente presa en ramos espinados,  clavados en la sólida roca de nuestros recuerdos.

La novedad está en la ternura de tus ojos, querida Lucia, en el inmaculado aroma de un cuerpo joven cuando el capullo se abre  creyendo que esta primavera será otra y, delante de la creciente claridad, pensamos que el futuro nos dejará más brillantes. Pero el brillo que refleja nuestras consciencias es un simple capricho de un rayo de luz, atrapado por la naturaleza decadente, quien, para fingir  nuevas gracias y conjurar las viejas, se maquilla a todo instante de vida nueva gravada en la vieja pared.

Los alcaldes, contrariando tu opinión, se eligen por el viejo y antiguo método de indicación caciquesca. Es candidato quien acomoda placerosamente los sabañones del pie hinchado de un señor, aquel que a la sombra del pueblo o de la comarca ejerza algún tipo de poder abusivo. Ya sabes como los sabañones son difíciles de alojar. Pregúntaselo a un buen zapatero   y él te dirá que la calidad de un zapato, además de su dependencia a un buen cuero, debe prevenir la rubicundez de cada particular pisada, permanente modificada por el ardor y picazón de los instantes que suceden. Son necesarios algunos pares para aliviar el picor.

Es tremendo saber que ya en los viejos idos de la democracia helénica se discutía métodos y metros para medir la democracia. Hoy ni siquiera hablamos de la vara ni del pie para medir alguna cosa. Simplemente acatamos fielmente la pureza heredada del viejo espíritu de la arroba, cuyo peso e influencia política depende del capricho arrumbador. A robar es la consigna imperativa del verbo que se alberga en la subconsciencia íntima de los que se candidatean a puestos con patente de corso. Es el fin principal de un propósito que busca alanzar su particular meta. El resto, lo que se dice la gran mayoría residual, no pasamos de volantes intermediarios, vasallos auxiliares en el baile de la rumba tocada a refunfuño del cacique.

-“Así aprendí que hay que fingir para vivir decentemente. Que amor y fe mentiras son y del dolor se ríe la gente.”

No soy yo ni eres tú quien lo dice, niña Lucía. Será suficiente mirar la vieja pared para que ella nos cuente el viejo cuento que estos días creemos nuevo.

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