domingo, 27 de noviembre de 2011

OCASO DRUIDA


Mi buen y noble amigo Stiglitz anda por ahí abogando contra la recepta del suicidio druida. La austeridad se va convirtiendo en algo extremamente peligroso y, por el poder del estigma que se atribuye a algunas palabras, muy en breve, al oír que mi vecino fue afectado por la austeridad, saldremos con cirios, candelas y cruces rezando por la ciudad para que dios nos libre de tan grave descuido.

Como los santos curas de los tiempos de mi infancia, el noble Joseph arbola palabras bonitas en el sermón dominical. El camino del cielo está debajo de nuestros pies, basta entregarnos de cuerpo y alma a la fiscalía para que ella encuentre presupuesto expansivo y equilibrado para la creación de empleo. Confesemos nuestra creencia en los creedores como siendo el primer paso para alcanzar la eucaristía. Nuestra humildad en el confesionario nos hará ganar alguna indulgencia para que la penitencia sea más suave.

Decididamente, a un paso del reino de los cielos, uno puede ver claramente que la austeridad no es recepta agradable a la conveniencia de los dioses. Si fuese aplicada allá en el pasado, hoy no habría tanto mangante angelizado viviendo del cuento financiero. Pero si después de tanto despilfarro se le ocurre a un visionario reducir la cuenta, el freno se rompe, el carro acelera y todos los que creemos en lo mucho que debemos nos vamos por la barranquilla a la boca del caimán.

Que extraño es oír hablar a un ex presidente del banco mundial que la mano invisible ya no conviene al capitalismo. Por mucho años, desde 1776, la riqueza de una nación sería alcanzada por acción libre de la mano fantasma que regula los mercados. Los intereses del ciudadano se posponían al interés capitalista. El bienestar de las personas pasaría a ser medido por el PIB concentrado en el interior del guante. Para reducir costes, pero no gastos, la piel de ese guante fue reducida a una espesura extremamente peligrosa para adecuación a la perfección de lo que de ella se espera, sin el auxilio de cualquier superfluo cociente de seguridad antiguamente aplicado.

La cosa ha crecido tanto por la expansión autonómica que ya no consiguen poner en el plano económico la idea del imperdible, objeto de la división del trabajo, tan magistralmente descrita por Adam Smith en el capítulo primero de la riqueza de las naciones. Veamos, el ojo invisible de la economía inglesa se puso a observar el enorme trabajo que daba fabricar un imperdible. Aún con mucha experiencia y natural habilidad, un trabajador difícilmente conseguiría fabricar 20 alfileres al día. Era trabajo arduo, dificil y con muy poca gente dispuesta a pagar lo que costaba producir. Pero estábamos entrando en el mundo de las luces y la cabeza de los hombres se habrían para reconocer las ventajas del trabajo social, adaptándolo a divisiones específicas de un gran número de operaciones singulares. Un hombre desenrolla el alambre, otro lo deja recto, un tercero lo corta, un cuarto afila las puntas, un quinto prepara un extremo para poner la cabeza del alfiler. Por su vez, hacer la cabeza del imperdible requiere la habilidad de tres o cuatro obreros diferentes; poner la cabeza en su sitio exige participación de otro obrero; dar brillo al cuerpo es actividad  para otro especialista, embalarlos en envoltorio apropiado a los deseos del mercado también es actividad para un autónomo.



Vimos como el trabajo diario de un hombre podía ser distribuido entre más de una docena para producir el mismo producto. Revivíamos el milagro de la división del pan en ostias consagradas. La división por especialización del trabajo muscular daba los primeros pasos cara a la gloria de 250 años. El secreto estaba en que más de una docena trabajando por un ideal imperdible, cada una conseguía producir cinco mil alfileres a más de lo que conseguiría una persona ejecutando sola todas las operaciones. El otro secreto era que el operario concentrado en una única operación para producir lo máximo posible no le sobraba tiempo para mejorar de vida. No es así en la labor del usurero. Su única especialidad es ganar dinero y lo gana descubriendo de quien lo puede quitar. He aquí una de las raíces del milagro capitalista: creaba empleo y se apoderaba del resultado (mas valía de Marx). Siéndole imposible dar uso personal a tanto imperdible el capitalista los vendía a cambio de alguna interesante obligación que, en la forma de pagaré, depositaba en alguna caja de la capital, donde las fuerzas reales le ofrecían seguridad a cambio de alguna merced.
Una característica de la vida es que todo va cambiando en el camino que nos lleva a la muerte. En algunos mirantes del trayecto ya no es aceptable lo que antes se aceptaba pasmado;  ya no se ve con buenos ojos que la función de un especulador tenga intereses especulativos. Pero, sin el interés de la especulación que lleva a la capitalización de la producción marginal el capitalismo sufrirá de algún mal capaz de ahogar su  voz.  Stiglitz aboga que para dar libertad al capitalismo  es necesario retirar la libertad de los mercados. Por cierto, idea bastante opuesta al liberalismo económico de Adam Smith, quien creía que el estado debía limitarse a cuidar de la estabilidad, el orden y el desenvolvimiento social. Los dedos escondidos dentro del guante saldrían en el momento oportuno para cuidar del mercado.

En el actual estado del mercado español, atendiendo propuestas de reestructuración de la banca europea, la sociedad vive con demanda potencial represada en las alturas, debido a que el afán de consumir ha sido contenido por la institución del desempleo. Si no hay demanda, las empresas disminuyen  la oferta, ajustado el trabajo a la realidad comandada por la oferta que pueda ser vendida. Para que el orden social sea mantenido, el Estado se ve obligado a cuidar con recursos de cualquier origen todo el excedente de trabajadores. Tal alternativa agota las arcas del gobierno que, sin el recurso que le permitía crear moneda, pasa a vivir en apuros, como de hecho los está viviendo.

Austeridad, fuera del concepto atribuido por la RAE, puede significar gastar mejor con lo mismo, pero, en el actual contexto el gobierno busca gastar mucho  menos para mostrar que es capaz de contener en velocidad moderada la corrida del déficit. Una parcela de todo que el estado gasta dentro de España revierte al presupuesto nacional en la forma de impuestos. La austeridad en los gastos elimina ingresos correspondientes al tamaño de la austeridad. El resultado dibuja una espiral de causa y efecto descendente: menos gastos, menos ingresos. Por este lado, el economista nobel, Stiglitz, tiene toda la razón del mundo cuando incorpora el pensamiento keynesiano de que en tiempo de crisis  el gobierno debe acudir el mercado poniendo todas las prensas de la casa de la moneda a producir dinero. En la práctica, este modelo también muestra su lado agrio, astringente y áspero en sus consecuencias inflacionarias, mortificando siempre al más débil y penitente operario, en la acepción que la RAE atribuye a la palabra Austeridad.  Aún teniendo más dinero, el obrero gasta menos y pasa a deber más. Los que tenemos más de 35 años en cada pierna conocemos muy bien la pesadilla del sueño austero.



El economista Stiglizt vino a Coruña queriendo vender su recado y dejó la recepta para combatir el suicidio. Como yo decía un poco más arriba, a cierta altura de la montaña Mohamed no llega, y esto te hace ver lo que tus propios ojos miran. Yo veo que donde escribe “no a la austeridad” el farmacéutico entiende que deberá venderte  un purgante para limpiarte  de todo que llevas dentro para dejarte austero.  Se hace necesario leer y releer la bula para entender los elementos que entran en la recepta y saber del principio activo y los efectos colaterales que cada uno produce.
Austeridad seria remedio viable para prevenir algunas enfermedades graves, como la obesidad mórbida, infartos, derrames cerebrales y otros muchos males de la política mal digerida. Pero, ya habiendo caído en un pozo tan profundo, jamás conseguiremos salir del fondo cortando los pies y las manos antes de perder la cabeza que, después de perdida, nadie sabrá encontrar. Es de lo que avisa Stiglitz si Rajoy insiste en el remedio de la cosecha de Feijóo.

Todo enfermo busca desesperadamente un remedio que lo cure. El liberalismo del laissez faire fue un jarabe ingles dado para explicar el gran desarrollo de la economía en las naciones ricas. Lo que hace bien a algunos parece que también harán bien a todos y eso no es verdad. Y eso fue alertado  por John Maynard Keynes en 1926, al escribir el fin de la libertad en su famoso ensayo “The end of laissez-faire”. La crisis laboral de los años 30 se resolvía por la fe que los mercados ponían en los estados que sabían fabricar dinero, y por la ilusión del dinero se fueron construyendo locas dictaduras por el mundo entero. Como todo remedio con fundamento en la ilusión no tiene efecto duradero, las crisis se vuelven recurrentes y mucho más virulentas. Los alemanes padecieron de tan grave mal antes de la segunda guerra mundial. El Brasil es ejemplo de nación rica con mucha gente empobrecida por las máquinas del banco central.

Stiglitz en A Coruña ha dicho verdades del tamaño del Gaiás, las cuales vistas en el espejo de otras culturas de política económica  pueden significar mentiras de idéntica grandeza.

La austeridad no va funcionar para eliminar el mal del desempleo. Servirá para concentrar riqueza en los bancos.

La flexibilidad en las relaciones laborales transformará empleados estables en mano de obra descartable.

El uso masivo de dinero es un remedio amargo cuya validad ha caducado para el régimen español.

El papel de España es un deber a la banca europea, que tiene moneda propia pero debe dólares que no tiene y no puede producirlos en la medida que pueda ajustarse a lo que recomienda la receta contra la crisis.

El mundo va oliendo a difunto. Mueren los principios, padece la moral, sufre la ética, corroen los partidos; los políticos huelen a desconfianza, los obreros caen en el olvido, los bancos se funden en ganga de la que esperan extraer dinero. El dinero ninguna falta hará  cuando se enteren de que el difunto, siendo polvo, todo lo tiene para existir como antes vivía cuando polvo era. 
  
De momento, alimentados por la ciencia del entretenimiento de la nueva economía política, sigamos en cámara mortuoria vigilando la asimetría del conocimiento en el ocaso financiero de nuestro mundo druida.

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