martes, 15 de noviembre de 2011

QUIZÁS


Este es un tema capital que yo deseo adelantar a crédito de mi domingo económico. No es temprano para hacerlo, quizás se haga un poco tarde después de la paliza que me llevé por presenciarme a la fuerza del cambio en el acto de Santander.

Todas la previsiones de tan festivo discurso me hacen pensar que andamos a lombo de los huesos de alguna pareja de buey y vaca muy flacas y no hacemos  otra cosa que pensar en lo que ella, en su sordo caminar, me dice. Alemania crece a una tasa del 0,5 por ciento; Francia camina un poco más despacio (0,4) y la mula nuestra se mantiene parada a espera de lo que se decida en el futuro próximo domingo. Mas, ¡que ilusión infantil por el crecimiento! Los que tenemos capacidad para escribir tanta chirigota hemos dejado de crecer hace muchos años, en mi particular caso ya van casi 60 años.

Con un crecimiento PIB acelerado hemos andado para atrás durante muchos años. Bajo el ruedo popular había, en números redondos, dos millones de desempleados, para mejorar la tasa de desempleo salimos al mundo y pedimos soldados para nuestras fuerzas, algunas armadas, como las que se fueron al perejil, y otras ensombrecidas por manchas de un alquitranado prestigio. Era necesario un cambio de marcha, y el cambio se hizo. Muchos soldados de las fuerzas sociales se fueron al garete debido al pinchazo de la bolla hormiguera.

Después llegaron ondas ensordecedoras del lejano occidente. Avisaban que el crédito sería contenido en su creencia de originar riqueza. El desempleo creció incontinente para sumar más tres millones de parados al contingente de los dos millones del gobierno pasado. Y era verdad,  el crédito servía para cubrir las vergüenzas de ayer, sin mucha preocupación por el ahorro de taparrabos capaces de ocultarlas a los ojos de hoy. Y los ojos, por la sagrada ley de la sabiduría creacional, fueron programados para ver, y la visión fue política factible de un programa austero.

En efecto, somos la zona al norte de Portugal con mayor grado de envejecimiento. Quizá seamos superados por los viejos Trasmontanos,  pero eso no viene a cuento. El cuento es que los viejos comemos menos y esto afecta a la demanda, obligando a un mayor esfuerzo exportador. Y ese esfuerzo irá a cuenta del viejo, evidentemente, pues es sabido que ya nadie quiere ofrecer trabajo al joven.

Nuestra clientela de la eurozona ya no demanda nuestro principal producto, el emigrante. Bastante gasto ellos tienen en pagar los retornados jubilados. Ya sabemos, por cuestión de fruta madura, que ella cae o pudre, generalmente al primer acto le sigue el segundo. Y he aquí la respuesta a la gran inquisición por el futuro de nuestra economía. No se elimina el viejo por procesos de autofagia. Decididamente no sabemos bien y olemos peor, pero por un programa factible del tiempo vamos siendo consumidos y, maduros, algunos más otros menos, vamos cayendo dentro de las trincheras habitadas por el gusano comilón.

No nos desanimemos que nunca es tarde. El nunca es algo presente cuya memoria puede ser recuperada. Por ejemplo, la mía me recuerda cierta envidia (entiéndase de la buena) que yo tuve allá por la segunda mitad de los años sesenta, cuando compañeros de trabajo, alemanes y japoneses, recibían cartas de sus países dándoles a saber que la nación sabia de su existencia y el Estado se prestaba a ayudarlos en lo que fuera. ¡Luego Alemania y Japón que eran dos países totalmente destruidos por la guerra!

España nunca supo rentabilizar el potencial de relaciones institucionales que contiene el mapa de centros gallegos  repartidos por el mundo. Eso yo lo registré en mi experiencia del año 1961. El centro democrático, o Casa de Galicia, con un enorme painel Guernica en el salón de entrada, era considerado ingrato a los designios de Franco. Mi participación en el centro era formar parte del coro democrático con músicas gallegas en su repertorio. Ese centro desapareció con el adviento de la revolución militar del año 1964. Jamás supe de alguna sustitución por centro equivalente. Sé alguna cosa de la casa de Santos, pero poca cosa más. Se lo bastante  de una casa de España, cerca de mi casa, para confirmar políticas de enchufismo y desvío de ahorros destinados a conservarlos; aunque legalmente registrado jamás yo fui llamado a participar de cualquier decisión del centro.  Y con la modestia que por mis pies salpico puedo decir que formalmente yo tenía y tengo registro oficial de buena y solvente cultura.

Quizá sea tarde. Y de hecho siempre es tarde para todos aquellos que desean dormir en brisa fresca a la sombra de laureles. Es un problema del sedentarismo. La trashumancia tiene otros problemas. Y son problemas que no debían extrañar el pensamiento de los residentes presentes, pues es conocido como muchos se interesan en tener conocimiento de su origen celta, otros, de la cuna fenicia, de la cuna romana y judía, de los bárbaros suevos y godos y ya va siendo hora de reconstituir nuestra ascendencia mora. Por lo que en mi pesar cabe, a mi descendencia la ilusiona la idea de ver como es Galicia, como es España, como piensan mis hermanos, como viven sus primos. Yo tengo la llave de esta ilusión y la guardo en el baúl de mis recuerdos, quizás a espera de la resurrección de mejores momentos en el otro paraíso.

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