domingo, 13 de noviembre de 2011

VERDADES y MENTIRAS


Contra todo que se dice, nadie contradice el hecho de que España sigue bien. La economía está estable y, si no me engaño, todavía sufre del mal del crecimiento. Crecimiento pifio, es verdad, pero al fin y al cabo nadie niega que sea un crecimiento, ni siquiera Rajoy, ni siquiera Feijoo, que andan enloquecidos en busca de argumentos que descalifiquen la gran serenidad con que Zapatero ha conducido la barca España a un puerto de transición.

Debían explicarnos como puede ser posible que en estos días de lamentable crisis económica existan en la zona del euro tantas personas muy capaces de mostrar el brillo de la riqueza. Es riqueza expuesta con sonriso abierto, transparente, pero austero de reflejos, aunque de la arcada de perlas con incrustaciones de oro salgan intenciones que la boca no desea expresar. Es un sonriso que muestra la cuna espléndida que los bambolea muy lejos del papademo griego y muy próximos al papasilvio, quien por la fuerza de su demisión  hará bailar los gatos de don Militón, agravando el problema del desempleo a orillas de la casa nuestra.

En medio de tanta lágrima brotando en los ojos de cinco millones de españoles desempleados, se hace notorio el surgimiento de rostros un poco más serenos, aunque jaleados por el sufrimiento de épocas pasadas. Son las caras de brasileños, chinos, indonesios, indios, colombianos, malayos y sudafricanos, todos retornando al club de los países en vía de desarrollo, todos caminando en pasadas anuales, todas con un paso 10 % más largo que el paso del año anterior. El doble si comprado con los 5 % de los EEUU. Son pasos de gigante que en otra hora sería traducido por aumento equivalente de la demanda de empleo, pero que ahora así no ocurre y mañana será peor.

Por una vía del pensamiento llano, podemos pensar que el crecimiento de la riqueza se traduce en un mayor poder de compra de los países emergentes y, a su vez, por el giro trasnochado y alocado de la demanda, la cual provoca que aquellos que mucho trabajan sean llamados a trabajar más, para producir mucho y mejor y dar causa a más inversiones en tecnologías de producción. Son tecnologías de máxima excelencia en eficiencia, nos llegan con certificado de eficacia en la eliminación de puestos de trabajo humano. Esto significa la gloria para las instituciones financieras, o así ellas parecen pensar.

Nada a lamentar. Es sabido que los empresarios buscan obtener menos trabajo humano por unidad de producción. Con ayuda de algunos gobiernos, consiguen sacar grandes beneficios de los ahorros del trabajo para guardarlos en los fondos de pensión, en la seguridad social y en el tesoro obtenido por un complejo sistema de tributación del mercado. Son recursos capitalizados con artimañas del sistema financiero, cuyo destino sería el bienestar de la población, evidentemente también incluidas las personas que integran todo el sistema capitalista y sus derivativos financieros.

Es lo que debía ser, y por tal camino, idealizado desde que se inventó la máquina a vapor, debíamos estar todos contentos y mostrar alegría. Lo triste se revela sin saber quien tiene la culpa. Son más de cinco millones de trabajadores tirados a la calle. Sin culpa o con culpa algo habrá que hacer para que se mitigue el futuro estado de indigencia de todas estas personas que, con sus naturales dependientes, pueden ultrapasar la casa de los quince millones. Son una gigantesca masa que se dice en dos palabras, pero al contarlos juntos, uno a uno, se consigue ver la verdadera grandeza de tanta tragedia.

Del gigantesco drama pinga una pretensa buena noticia: de la gran ansiedad que cubre y aborrece la tranquilidad del sector gobernante habrá de surgir necesariamente alguna solución que regenere la antigua calma. Grecia el primero y ayer Italia han dado el primer paso para una gran reforma de la moralidad pública.


En España las expectativas no son halagüeñas. Habrá un cambio de gobernantes. Los dos candidatos que más se aproximan a la Moncloa poseen perfiles semejantes en lo que dicen que harán. Sabemos, no obstante, que de lo dicho al hecho hay un largo trecho, y cuando lo dicho tiene la soltura del humo, es justo pensar que cuando venga el fuego dirán que el calor de la llama ya estaba previsto en el programa y que solo cumplen lo que a la mayoría le dio la gana. Uno, con el rigor histórico de su pasado radical, el otro, con la voz melosa de quien supo negociar.

La economía anda parada en el crecimiento. El desempleado no anda, se arrastra sin tener a donde ir con lo que tiene. Lo que tiene es mucho, una gran fuerza en su voluntad para hacer algo útil. Es una fuerza que en el sentido tradicional de su significado económico va perdiendo valor. Habrá que repensar los valores. El valor de la solución podrá llegar por la fuerza de la necesidad creciente y la nueva economía a ella se adaptará… por alguna verdad o alguna mentira del poder sinfónico.

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