domingo, 3 de enero de 2010

2010 APOCALÍPTICO



Mi muy ilustre y fiel amigo Gerardo Albor:
Los de ilustre dispensa comentarios. Lo de amigo yo digo por el cariño y respecto que yo le tengo y renuevo todos los domingos en fiel cumplimiento a la misa de su lectura. Lo de fiel yo expreso por la fidelidad demostrada por un longo camino de amor a los pobres, entre los cuales yo me encuentro.

Pero, hoy, primer domingo del año y domingo que marca el jubileo de Santiago, discrepo del rito eucarístico que usted formula en su escrito. Afirma que mil millones de personas padecen hambre en el reino en el que el pecado original ha sido revocado por decreto de nuestro señor Jesucristo. No cuenta usted los que mueren de sed o envenenados por ríos contaminados de deshechos humanos, los que mueren enterrados por avalanchas provocadas en las revueltas del clima; no cuenta los que vivimos afectados por el aire corrompido por el carbono oxidado, no menciona los que nacen sin cerebro afectados por el humo concentrado en famosas fundiciones de un pueblo llamado Cubatão.

¿Es o no es razonable que se combata con igual mérito a todo lo que mata? ¿Y quienes son responsables por ese orden que tanta hambre produce y tanto mata en este maravilloso mundo del futuro que nos toca contemplar?

¡No, no, no! Aleja de mí el cáliz que quiere insinuar el presidente de España como responsable de tamaña derrota humana. ¡No lo es! Y no lo es aunque usted diga con toda la razón que también, además de presidente de España, lo es de la Unión Europea.

Pregona usted que necesitamos líderes como los fundadores que se comieron la manzana e inventaron el pecado de vivir desnudos, y ahora sus herederos cubren las vergüenzas con mantos de lujo y coronas de oro ornamentadas con piedras preciosas desde la cabeza a los pies. No es este, en mi opinión, el tipo de líder que deba mandar, que deba decidir; que sabrá luchar y entender la angustia de los trabajadores y el desespero de aquellos que les falta trabajo y de los que se mueren envenenados en minas y los enterrados vivos por aluviones apocalípticos, como estos brasileños de la Isla Grande y la inundación nunca antes vista en  San Luis de Paraitinga.

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