¡No es posible, mi señor! ¡Ya me estoy encabronando! O usted no me escucha o usted me hace la pelota ignorando todos mis consejos. Vamos ver, Señor, como puede usted arrojar tamaña parrafada sobre los gallegos insistiendo que la auditoria externa avala la solvencia de fusión de dos cajas de ahorros y que de la pérdida de 1300 empleos y del cierre de 300 oficinas restará una ganga tan bien solidificada que ni Satanás será capaz de refundirla. Muchos gallegos huelen lo que usted dice y concluyen que los órganos del gobierno cobrarán intereses generales muy por encima de lo que hoy se paga en Galicia. Basta seguir el criterio de un banco español (o cualquier otro banco sin distinción de origen) por su actuación en el Brasil, para poner un ejemplo. A propósito, en este país la policía federal está muy vigilante a los solventes que bandos marginales añaden a la gasolina para arrancarle más rédito sin importarles un pito si los motores de automóviles se funden al beber tan explosiva mezcla.
En un momento de tanta división y de tanta crisis yo le aconsejo berrar (en el sentido retórico, por supuesto) a favor de la unión y contra de nada para ver si se calman los ánimos en las cuatro provincias y evita que se transformen en una especie de carrefour haitiano (cuatro caminos de Puerto Príncipe) y tengan que venir los cascos azules y médicos sin frontera a cuidar de nosotros, los vivos, los muertos, los desempleados y los desahuciados. O peor que esto, en ausencia de la fuerza celeste surjan en manos autóctonas la flecha y el yugo con ánimo de defender intereses en franca oposición por considerarlos de interés supremo de una Galicia viguesa o de una Galicia coruñesa. Como para una gran corrida es suficiente dar el primer paso, no tardará Lugo en unirse al conflicto, haciendo de la muralla un gran paredón, y de los orenses oírlos invocar la boca de su vecino león para que vaya a Santiago comerse el apóstol. Todo es cuestión de principios porque de los fines solo a Dios cabe hablar.
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