lunes, 11 de enero de 2010

LENGUA, EMPLEO

No cabe duda que el objetivo es muy noble. Tres lenguas en una y, por ley,  ampliamente generalizada en un pequeño condado de la Suevia gallega, es algo para espantarse. - Mai broder,  preguntaches ao my pai if he uil bi capaz de entender sus fijos? - Caramba, si en España ya hay muchas Españas, pequeñas y desunidas, Galicia, muy en breve, estará  a la saga de un bloqueo híper logístico de nación a la baja.
A Feijoo y a mi no separan apenas la gran distancia que nos hacen diferentes. Nos separa la condición de dos generaciones que decididamente no se entienden. Y la fuerza repulsiva que nos disloca del centro gallego no está en las tres lenguas que él defiende y en la una grande y poderosa que yo prefiero.
Mis registros de dos voces diferentes alcanzan los tiempos del ejército español acantonado en las cabanas al lado izquierdo de la gran avenida Finisterre, que unía la Coruña urbana a las aldeas percebeiras. Mi padre, un gallego semialfabetizado en español, mi madre, una gallega con dominio retorico de la poesía española y un chisco atraída por el ingles de “yes, siquemisi, sin nai nin pai niqueminí” o poco más que se me acuerda de sus jolgorios dialécticos en gringo, entre sí hablaban gallego y con los hijos, español. Por las ventanas de mi habitación, orientadas hacia el mar, ingresaban voces portuguesas recogidas por un enorme radio de ondas cortas. Era  Radio Porto que no entendía de fronteras marítimas y avanzaba al impulso de la corriente que todavía hoy nos invade en constante pugna con los vientos del norte.
El día que celebré mis 21 años me sorprendió de un modo radicalmente diferente  a años anteriores. Navegaba por el sur del ecuador, transportado en un buque argentino de nombre Yapeyú. Los altavoces emitían avisos regulares en lengua alemana, español, portugués, francés e ingles. Era común encontrarme con alguna persona que a mi saludo en español respondía con fuerte acento de otra lengua. Ya dentro del país de destino, la buena voluntad de las personas y una espontanea lengua, fundamentada en gestos mímicos, permitía que yo alcanzase los objetivos propuestos en el andar de cada día. Contratado por una empresa multinacional, me vi mezclado a un grupo de treinta técnicos oriundos de todas las partes del mundo; había alemanes, austriacos, poloneses, griegos, portugueses, coreanos, rusos, chinos, un madrileño, un andaluz, un leonés y un gallego, yo. En medio de tamaña mezcla de pueblos y lenguas nos entendíamos por mutuo esfuerzo y ayuda de una lengua común, el  portugués mal hablado y razonablemente escrito conforme normas del país.
Quise decir, mi señor, que varias lenguas podían convivir juntas porque el principal objetivo había sido alcanzado, empleo, que alimentaba el presente, y consenso colectivo por comunicarse de cualquier manera en una única lengua.
Dé, Excelencia,  buenos empleos a los gallegos y todos juntos hablaremos mil lenguas, todas enriquecidas con acento de los mil ríos de Galicia.


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