Entre Cee y Corcubión media una estrecha ría. La distancia más corta entre sus muelles puede ser percorrida a golpe de brazo en cualquier modalidad de nado. A bordo de una chalana también se puede alcanzar el peirao al otro lado de la pequeña bahía.
En cierta ocasión, un grupo de chavales (entre diez y once años) resolvimos hacer la travesía en un pequeño bote sorrapeado del padre de uno de mis amigos, pescador de los castiñeiros. El tiempo estaba calmo y la marea llena. Había cuatro remos, uno para cada remero. Ninguno tenía experiencia en el arte de navegar, ni siquiera el hijo del pescador. Entre los cuatro, solo yo sabía nadar. La travesía era un desafío propicio a la muerte en la costa da morte. Al entrar en el bote, aunque lo hicimos de forma ordenada, a cada nuevo tripulante el barco se inclinaba peligrosamente, porque pisábamos en la borda del asiento y el bamboleo nos hacia perder el equilibrio tirándonos al suelo; por instinto natural escogíamos el centro del bote para evitar caer al mar. Puestos los cuatro en posición de remeros, surgieron las primeras tentativas de navegación. Paleamos la superficie calma del agua como creíamos que así lo hacia el pescador. Un chorro de agua mojaba nuestros cuerpos, dándonos impresión de hombres sudados por el supremo esfuerzo de hacer navegar nuestra galera. A cada palada el bote estremecía como una chalana irritada. El ondeo provocado por los remos repicaba en la sólida pared del muelle, haciendo que el bote se alejase de cualquier condición supuestamente segura. Diez años es una buena edad para experimentar la libertad por poder hacer lo que manda el sentimiento. Era edad para aprender y, a falta de maestros en el arte de navegación, nosotros no erigíamos en profesores de nuestra propia experiencia, muy expertos en instintivas técnicas de retroinformación, lo cual nos hacia cambiar continuamente los modos por los que intentábamos tripular el buque, y así conseguimos armonizar el deseo colectivo de conducirlo a buen puerto, pocos metros al norte.
La actual crisis económica, que no es la primera y no será la última, tuvo su epicentro el los EU de América. El bamboleo que indicaba las primeras señales de recesión y mostraba la potencialidad del peligro ocurrió en diciembre del año 2007. El paleo de las aguas sin aquella virtud intuitiva que nos enseñaba como debíamos cambiar para remar mejor, desembocó en la crisis financiera de septiembre del año 2008. En enero de 2009, 11,9 millones de pescadores del trabajo en los EU se habían hundido, sin posibilidad de guiarse por orientación de un buen equilibrio en la balanza de pagos. El mundo entero se miró asustado. El monstruo de la recesión del año 1929 parecía haber acordado de un profundo sueño que lo invernara por 80 años.
En los primeros meses del gobierno Obama, el Presidente y el Congreso adoptaron medidas sin precedentes para reorientar la demanda, estabilizar el bote financiero, poner la gente de nuevo al remo y conseguir bogar hacia el puerto que se ve tan cerca, pero queda tan lejos cuando no se rema con harmonía.
En 1950, cuatro niños, infantiles arteros, sin más ayuda que nuestra voluntad y el deseo solidario de llegar al otro lado de la ría, aprendimos a remar a bordo de una chalana, respingados por el sabor salobre de un mar que, a nuestro parecer, significaba vida.
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