domingo, 14 de febrero de 2010

SOLIDARIEDAD EQUIVOCADA

El futuro del mundo se muestra sombrío y el gran desafío de Galicia es como adaptar nuestras ideas a circunstancias específicas. En un mundo globalizado todo es extremamente veloz, y si alguna oportunidad  surge en función de extensión, también las cosas malas pierden frontera por su fuerza de expansión; se retienen temporalmente en algún lugar como estrategia de avance sobre otro, al que luego también destruirá.
Joseph Stiglizt, economista laureado con el premio nobel, dice que la crisis no es sólo económica, más social, porque las familias con hipotecas no pueden pagarlas. Y no las pagan  porque no tienen empleo y todo el sistema con poder organizado va a sus casas y los echan a la calle sin complacencia y con veredicto escrito con palabra de ley.
Con Fraga y Aznar quisimos imitar lo que creímos excelencia del sistema norteamericano. Abandonamos el interés por el ahorro al mismo tiempo que dábamos estímulo a grandes inversiones, e investimos mucho. Por todo lugar están las pruebas que condenan nuestros viejos y nietos a pagarlas. Los que son jóvenes y fuertes nada podrán hacer, porque, sin trabajo, nada tienen. Son la pobreza en su más alto grado de perversidad, porque, sabiendo y pudiendo luchar por la felicidad, el sistema no les da oportunidad y los  agentes del poder se tranquilizan viendo como la gran fuerza se ahoga desconsolada en un pozo inundado por lágrimas.
Advierte Stiglitz que delante de tanto pesimismo el crédito continuará limitado, renaciendo el deseo por volver a ahorrar y consumir menos. Pero esto también traerá consecuencias dramáticas, puesto que al potencializar el ahorro con economías destinadas al pagamento de deudas contraídas en el exterior, desaparecerán las inversiones locales, el crédito continuará restringido y el consumo se limitará a las posibilidades de una economía subterránea.
El gobierno ANF no se preocupa con las personas, el PP se interesa mucho menos. Es una verdad que me produjo angustia durante los dos años de retorno a España; creían que con una limosna de tres cuartos de un salario, más mínimo que el mínimo, sería suficiente para tocar la vida durante 18 meses. Resistiendo, después de ese tiempo ponían nuestro futuro a crédito de la voluntad de Dios.
El sector bancario no merece confianza del pueblo, pues solo piensa en el horizonte de su ombligo y, a medida que engorda, deja de ver lo que tiene mas abajo. Los bancos no ofrecen transparencia en sus operaciones e ignoran al cien por ciento que, al conceder crédito a las familias y al empresario, los bancos se constituyen en socios por los buenos y malos resultados del cliente. Aunque no quieran, corren idénticos riesgos por el prejuicio delante de una pesadilla colectiva.
Con desconfianza más virulenta que la más fuerte de las pandemias globales, la economía se encoje y, al grito de socorro, nuestro gobierno entiende que debe ser solidario con un sistema bancario en franco fracaso. Se equivoca, no entiende que de este modo se transforma en rehén de la desdicha y consigo lleva todo el pueblo que es, en última análisis, causa y consecuencia de todo lo que ocurra.

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