Habiendo sido un suceso levemente satisfactorio el Estado de las Autonomias regionales, el próximo paso hacia el abismo sería el Estado de las autonomías parroquiales. A más de un cura, de esos que nada cura y se empanturran con limosnas, tal autonomía les harían alcanzar el rango de califato en sus respectivas mezquitas.
Echando de lado el tema de las Azores y la ridícula administración del accidente del Prestige, me parece justo admitir que Aznar es un buen chico. El hecho de hablar las dos lenguas mayoritarias de España contribuye para este mi sincero reconocimiento. Otra cosa es que en el fuero autonómico de su partido, que yo lo creí ingenuamente mío, una pandilla de torpes autónomos, abanderados por el cura, no permitiese mi modesta contribución para el enfoque y solución de problemas, muchos de ellos aflorando ya en la quietud política del primer año del tercer milenio, en el segundo reinado de Aznar.
La España administrativamente autonómica es absolutamente inviable, simplemente porque el concepto de administración requiere una autoridad central, absolutamente responsable por todo que en la unidad administrativa ocurre. Otra cosa es que el presidente (o el Rey) disponga de una junta asesora muy bien capacitada para identificar problemas de los socios (o paisanos) de la empresa (o del país que dirige). Otra cosa es que la Constitución, atribuyendo al Rey la máxima autoridad sobre todos los españoles, niegue al máximo símbolo de la unidad española cualquier arrimo de responsabilidad. Tal dispositivo es absolutamente incongruente, inocuo y ridículo reflejo de la ignorancia de los principios que rigen la ciencia administrativa desde el siglo XIX.
Aznar no puntúa en la política por su inclinación a la profecía. Pero clarearlo es necesario para que los españoles sepan que de un Estado ahorrador pasamos a un Estado perdulario y masivamente deudor, apenas en tres décadas. Europa, si siguiese el resultado plebiscitario obtenido en España, hoy tendría un gobierno centralizado en Bruselas. Todos los gobiernos autonómicos tendrían que someterse a las decisiones adoptadas en el Parlamento Europeo, y una de ellas, por razones de la lógica del principio de la unidad de comando y responsabilidad, sería suprimir cualquier autoridad autonómica soberbiada en la cabeza de algún místico dirigente regional.
No me parece plausible que se utilice el modelo Fraga como argumento inteligente y base dialéctica para sostener, en clima de autosuficiencia, el estado divisionista y profundamente melancólico de lo que, apenas en España, se maula denominar Estado de las Autonomías, con ninguna influencia en el resto del mundo.
La multiplicidad de funciones ocasiona ambigüedades con desastrosas consecuencias en cualquier campo del moderno saber humano. No es lógica profética. Es realidad vivida dese el instante en que fuimos paridos, instante en que sería muy difícil entender que las palmadas dadas en el culo fueron administradas para estimular nuestros pulmones a tener gusto por el aire. Pero todavía mucho más difícil es entender, después de una vida vivida, para que pagamos tantos impuestos, para que sirven los alcaldes, los concejales, los diputados diputacionales, los autonómicos, las juntas contrapuestas y contra opuestas, tantos directores y presidentes con sinecuras vitalicias; senadores, marqueses, condes, príncipes, diputados europeos, embajadores, cónsules y etc., etc..
Difícil sí que lo es, pero …
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