Sin voto o con voto, los emigrantes, igual que los sedentarios, no resolveremos absolutamente nada en España. Vivamos de lo nuestro y cada uno a lo suyo, vigilando siempre al vecino para que no nos quite lo que tenemos y aumente su crédito con lo que nos falta.
¿Vale la pena de un pequeño esfuerzo votar una de las listas que ponen en nuestras manos una vez a cada cuatro años? En el sistema electoral español la probabilidad que tenemos (todos, emigrantes y sedentarios) de seleccionar un representante es cero. Quien manda en el sistema es la ejecutiva y solo ellos tienen representantes seleccionados a dedo y de su absoluta confianza.
Infelizmente, el dolor de perder un derecho fundamental es grande. Pero, ¿que vamos hacer?, muchísimo más doloroso es la pérdida de un ente querido agobiado por un monte de deudas, contraídas en el mismo sistema que niega la necesidad de vivir con nuestro trabajo.
El problema de la pérdida del derecho al voto municipal es que atrás de esta pérdida vendrán otras y más otras y más otras. Un día ha de llegar que hasta la propia ejecutiva, no teniendo rabo para roer, perderá la cabeza, royéndola con sus propios caninos.
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