sábado, 1 de enero de 2011

MELODIA SENTIMENTAL

(Morriñoso, con retranca)
(I)
Soy español de la península ibérica. Soy gallego da Costa da Morte. Fui hecho con barro de Cee y costilla de Camariñas. Fui un obrero especializado de la industria puntera europea y norteamericana. Por estas bandas conocí un Janio simpatizante de Fidel, un presidente de la dictadura tropical y una famosa lula democrática, de aquellas que se criaban en los buenos tiempos de forja metalúrgica.
Sentí alegría y júbilo cuando por primera vez, en 1983,  vi a la distancia de mi mano la figura austera del Rey y la Reina de España. Conocí la obra de Fraga y creí que era buena. Oí como hablaban todos los ministerios de Aznar y creí en ellos. Leí los mandamientos del PP y confié  en sus fundamentos democráticos. Sentí de cerca el disfraz cuando la cuña de orense habría grietas en su composición interna y el torbellino que formaba la furia del vendaval impedía visión de claridad en el horizonte. No tengo nacionalidad del país que me acoge. Soy un extranjero con honra a la vida y sin derecho al voto, no obstante lo ejerza por sublimación de mi cuerpo espiritual.
Físicamente fuerte e intelectualmente maduro, un día puse mis aljiberas sobre el hombro y piqué mula a camino de España. Caí sobre las barajas del aeropuerto de Madrid en una fría madrugada del 3 de marzo del año dos del tercer milenio de la era de Cristo. Era una data simbólica. Traía recuerdos de mi partida del puerto de Vigo en cierta mañana a temprana edad, al arborecer de la primavera que marcaba simbólica independencia de los francos poderes, en el año 1961, pero, en idéntico instante, radical dependencia a los designios de la vida. Mi madre decía: “querer es poder y tu voluntad habrá de remover montañas”.
No digo que era montaña pero si un obstáculo que en condiciones normales yo no hubiera saltado y, sin embargo, el obstáculo me asaltó en el flanco más débil de mi humilde vida, el bolsillo. Por orientación de los poderes de España (consulado, pp y etc.) fui invitado a ejercer el derecho a un subsidio de viaje, del orden de 50 % de lo que el mercado cobraba. Debía viajar por Iberia. Iberia me cobró 700 y pico dólares, sonantes y cantantes en el acto de otorga del billete, sin derecho al regreso. En pesetas eran más de 115 mil, dicho de otro modo, eran bastante más de diez veces el costo del billete que mi padre financió para partir de Vigo en un buque de fino porte de la compañía argentina Alberto Dodero , ¡y con derecho a vacaciones de 12 días por alto mar!. Ambos valores fueron pagos con dinero del país acogedor en grandiosa retribución, a favor de España, por el sacrificio de haber enviado un hijo a la emigración. Como detalle puntero, para análisis del real valor de mercado, una compañía portuguesa me cobraría menos de 500 dólares en el billete de retorno al país del cual había retornado. 


(II)
Hablando de hipótesis, si hipotéticamente no hubiera retornado al momento en que se me ocurrió retornar desde el lugar de origen, estaría hoy viviendo de los favores de una limosna del reino de España, en aquel momento menos de 400 euros, suficientes para pagar el alquiler de una chabola y muy poquito más, pero que muy poquito más  e insuficiente para adquirir la bolla de pan que nunca faltara en mi niñez.
Dirán los agentes de la seguridad social que ellos podrían agenciar los derechos a la jubilación del país de la Santa Cruz. Lo mismo me ha dicho la Seguridad Social del país que me acobija: - Usted tiene derechos a una fracción de jubilación en España, según atestan los documentos que permitieron su ingreso en este país y correspondientes acuerdos con España.
Triste ilusión la mía cuando intenté validar los documentos de autenticidad registrada por la iglesia, guardia civil y notaria de Corcubión, enviados a España por autoridad providenciara del país acogedor. La orientación de un subdirector de una subdirectoría de mi comunidad autonómica, con base en la capital provincial,  fue sugerir (si mucho) que mi derecho sería alcanzado por las líneas retorcidas de una complicada demanda judicial. Por otra banda, la directora de una minúscula agencia local de empleo plasmaba, en letras indelebles, por la red internacional de ordenadores, la exigencia gubernamental a que yo regurgitase una pequeña fracción de los trescientos y pico euros, depositados a título de demandante de empleo durante los casi dos años de trota mundos en mi aldeana patria. Con tales antecedentes, siguiendo el principio de reciprocidad, mis derechos en el país acogedor jamás llegarían a España y, aún en la hipótesis de que llegasen - hoy lo tengo seguro-  quedarían retenidos en alguna subdirectoria provincial a espera de que mi fe de vida caducase. Dicen que en circunstancias de miserabilidad extrema cabría el recurso a un supuesto derecho a la jubilación no-contributiva. De haber caído  en esta tentación, mi vida estaría perdida en la ilusión de un amor no correspondido. En un trasnochado ejercicio de la imaginación, me figuro un hombre sin lienzo, documentos de vida y existencia negada y renegada  hasta por el vicario da virxen da xunqueira, pero ampliamente premiado con el consuelo re integracionista de una regia ayuda con tres cuartos de una supuesta cantidad monetaria, considerada, por chulo decreto, suficiente para morir en el fango de un pozo al amparo de la seguridad social de España.
Soy fuerte. Si yo hubiera sobrevivido en España a la gota que pingaba sobre mis rodillas, o al cáncer que lacraba en mis entrañas, la deuda contraída para atender a ese minúsculo cuarto de bondad, ausente en la paga de la seguridad,  haría imposible mi ingreso en el cielo. Y en el infierno no tendría cobijo, pues todos sabemos que en ese acalorado mundo la cofradía del dinero impide ingreso a los que mueren en la miseria.

(III)
Soy fuerte y ya voy calmo. Si en mi aldea hubiera sobrevivido, engañando la gota con sopa de ajo de la Torre do Allo y al cáncer con cualquier brebaje de fuego, ni imagino como sería mi vida ahora en el invierno de la extrema edad, andando por los montes de piedad en busca de tojos con clavijas y espinos de amoras, en actitud rígida y severa por seguir más allá y conservar la vida sin ilusión de llevarla adelante para ejemplo ilusionante de los que nos siguen atrás.
En mi niñez conocí la aridez de una vida pobre. Hoy, ese medio millón de infortunados gallegos lastreando la miserabilidad muy por debajo del limiar de la pobreza (Aymerich) serian una concurrencia muy difícil de superar y todavía mucho más difícil de justificar en aras de un sagrado poder financiero. Pero, en este desgraciado mundo de posibilidad adinerada, a los pobres, todo es imponible. Y nosotros, los absentas de un cuarto ausente, seríamos llamados a contribuir con un ramito de luz a los fondos de Bruselas, una tachuela para la mano ágil de un buen zapatero y una zaranda de rosas para depositarlas en una caja de frijoles.
Que cosa buena sale siempre de los palacios en que el aliento huele a frescor del dinero, que a los bolsillos alcanza por gracia del señor de los anillos. Un amigo, alcohólico anónimo, me decía que combatía los rigores de un mal vino con otro cáliz de vino peor, tomado al despertar de la mañana. Por tan sublime sabedoria, aprendida en los parlamentos de la vida, habiendo crisis, ya sabemos el remedio: jarabe amargo y un palo largo. Jarabe, por infusión imponible de tributos impuestos. Palo, para inducirnos en la idea de una virtuosa obra, por la que haciendo nuestro señor rico en esta vida, la indulgencia le servirá para remisión de sus pecados en la otra.  La tuya, la mía, la nuestra, poco importa, pues sin anillos ¿que otra cosa podemos hacer que no sea ofertar la mano, tajándola por el codo?
En fin, otro año se fue y con él todo el remedio que podíamos aplicar para que el año que ahora vivimos fuese mejor. Cuando se habla de la esperanza dicen que es la última que muere. No hay ventaja en tal dicho, pues, como aquel otro, quien ríe por último… parecerá un idiota riéndose solo.

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